sábado, 24 de noviembre de 2012

HOMILÍA DOMINGO XXXIX DEL TIEMPO ORDINARIO. JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO

"Hijos de Santa Ana"

Juan 18, 33-37. “Mi reino no es de este mundo… todo el que es de la verdad escucha mi voz”


        ¿Eres tu rey? Le pregunta Pilatos a Jesús, cuando prácticamente su destino esta decidido, su muerte. Y creo que podemos apropiarnos de esta pregunta y hacerla a nosotros mismo, como Pilato pregunta a la gente: ¿es él, mi rey, nuestro rey?
        Creo que instintivamente podríamos responder que ¡si! Pero deberíamos detenernos, hacer un poco de silencio, acallar esa voz que viene de la razón, para escuchar nuestro corazón. ¿Eres tú mi rey? En el momento de las decisiones más fundamentales de mi vida, ¿Quién reina? ¿De quien dependen mis decisiones? ¡De Él!, o ¡solo de mis propios deseos!

                Nuestra condición humana está muy enraizada en los reinos humanos y necesita que nuestra debilidad humana sea superada y completada. En nuestro mundo tan tocado por la injusticia, la maldad, la pobreza, la violencia y la división, ¿está presente el reino de Dios?
                Por encima de estas debilidades humanas y actuaciones equivocadas el reino se abre camino a través de la justicia, de la verdad, del amor y de la paz. El cristiano nunca puede caer en la desesperanza por las problemáticas de la historia humana. El reino está presente de una manera misteriosa, como una semilla sembrada por Dios en el corazón de los seres humanos.
                Pilato le pregunta a Jesús, algo que deberíamos probar a responder desde el corazón: ¿Y qué es la verdad? La pregunta la deja Pilato en el aire para que cada persona sea capaz de darle respuesta. ¿Cuál es la verdad más profunda de mi vida?


El poderío de Dios es para las personas alejadas uno de los reclamos que más les atrae. Me acerco a Dios que tiene poder para que sane a mi hijo... me cure a mí... me devuelva la estabilidad de mi matrimonio... pueda recuperar mi empresa... Y en cambio Dios parece que no escuchara, como si no estuviera metido en los asuntos del mundo. La verdad pasa por esa respuesta. Aceptar que Dios tiene autoridad sobre mi vida y mi existencia, que me eleva sobre los problemas cotidianos es uno de los retos del creyente. ¿Acepto a Dios como el Señor de mi vida aunque las cosas de mi existencia diaria no salgan como yo quiero? Hay que saber leer entre líneas para entender este reino que está pero que todavía no está presente del todo.
¿Cómo es el reino de Dios?
                        Es un reino que empieza en el corazón y acaba en nuestra realidad diaria. No está propiamente en ningún lugar, sino que es una relación particular entre Dios y las personas de modo especial con los pobres.
                Hoy no es fácil entender la pobreza en clave evangélica, pero es necesario recordar una y otra vez que el reino sólo se muestra a los pobres. Pobreza de cosas y de ambiciones; pobreza de agresividad y de creerse más que los otros... El reino de los cielos viene y es captado por aquellos que son capaces de aceptar su indigencia desde los ojos de Dios. Dios no quiere humillarnos sino completarnos.
                        Una de las grandes tragedias del ser humano de nuestra época es que vivimos sin referencias a la verdad. Vivir en la verdad supone mirarnos tal cual somos, sin tapujos, mirar nuestra miseria y ponerla en las manos de Dios.
                        Cuando un cristiano teme a Dios para él no ha llegado el reino. Cuando piensa que por hacer o no hacer esto o lo otro se va a condenar, todavía no ha irrumpido en él la fuerza de la nueva nobleza. Desde nuestra pobreza es como descubrimos la presencia amorosa de Dios que quiere compartir con nosotros su reino.
        Tratemos de meditar las preguntas de manera diferentes:
        Pilato le preguntó: "Tu nación te ha entregado a mí. ¿Qué has hecho?
        Y Jesús le contestó: "Ser testigo de la verdad".
        ¿Qué has hecho? Vivir para los demás.
        ¿Qué has hecho? Anunciar el reino de Dios. Anunciar un nuevo orden de cosas, una nueva manera de relacionarse con Dios y con los hermanos.
        ¿Qué has hecho? Enseñar a amar de una manera nueva, sin egoísmo pero con pasión, sin pedir nada a cambio, dándolo todo y a todos los que nadie ama.
        ¿Qué has hecho? Ser testigo de la verdad y la verdad es que Dios es amor. Y que todos necesitamos es el del amor de Dios. Sólo él ama de verdad.
                Jesús, el rey de la gloria, de la verdad y del amor, hoy, nos pregunta también a nosotros: ¿Qué has hecho? ¿A quién eliges en tu vida?
        ¿Estás satisfecho con tus mentiras o eliges la verdad?
        ¿Qué quieres, tener más cosas o ser más persona?
        ¿Qué buscas, tener más poder o ser más servicial?
        ¿Ser súbdito del presidente o ser súbdito del Señor?
        Nuestro rey es humilde y pobre; no tiene ejércitos, ni bombas, ni fronteras, ni policías, ni aduanas, ni cárceles.
        Es un reino abierto a todos los que hacen el bien y un rey que ama a todos con pasión.


        INTERROGATE:
        ¿Hay alguna parte de tu vida donde no le has permitido a Jesús que se haga presente y que sea mi rey? Te conviene recordar que allí donde no lo dejas entrar a él, solo terminará reinando la tristeza, el dolor, el cansancio.

OREMOS:
        “Señor Jesús, te proclamo rey. Te acepto como Señor de mi vida y te abro todo mi ser para que ejerzas todo tu poder liberador. Reina en mi vida, en mi familia y en mi comunidad Señor”.

sábado, 17 de noviembre de 2012

HOMILÍA DOMINDO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

"Hijos de Santa Ana"
 
        Marcos, 13, 24-32. Congregará a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales.
 
 ¿Cuándo vendrá el fin del mundo?
        No es extraño encontrar por nuestras calles personas pertenecientes a distintos grupos religiosos diciéndonos que las señales del fin del mundo ya están presentes. Nos dicen que el mundo "está tan mal..." y ven en las guerras y la violencia señales más que claras de su pronta llegada.
¿Cuándo vendrá de nuevo Jesús?
        El Evangelio de hoy hace referencia no al fin del mundo sino a la segunda venida de Jesús. Ambas realidades pueden ir juntas, pero tienen significados más que distintos.
        Hay cristianos que ven los últimos momentos como signo de tragedia cuando no de inmenso dolor y sufrimiento. Hay muchos que todavía no se han dado cuenta que creer en Jesús siempre es el regalo más bonito que un ser humano puede recibir. La vuelta de Jesús al final de los tiempos no es motivo de tristeza sino de esperanza.
        La Palabra de hoy nos dice que "reunirá a sus escogidos desde los cuatro puntos cardinales". La nueva venida de Jesús es para reunir a los que dejaron hueco en sus vidas a su mensaje y su persona. No es para establecer condenaciones sino para unir en el amor y la plenitud que en este caminar diario de la vida siempre nos falta. La venida de Jesús es nuevamente salvífica.
                El final que Jesús nos trae no es el fin del mundo natural sino el final del mundo del pecado y de la muerte.
                Estamos tan acostumbrados a vivir en esta vida rodeados de pecado y de muerte, que incluso en nuestro diario caminar necesitamos un final y un comenzar de nuevo. Este ejercicio lo estamos haciendo una y otra vez. ¿Qué es la confesión si no un finalizar una vida con la intención de mantenerse en una nueva existencia?
                Para los judíos de la época de Jesús la destrucción del templo estaba unida al final de los tiempos. Jesús les enseña que esto no es así. De hecho Jesús murió y resucitó y el templo fue destruido pero no ha llegado aún el final del tiempo y de la historia.
                El Señor utiliza el lenguaje y las figuras que muchos judíos conocían y usaban desde hacía siglos y dejó dicho que volvería de nuevo. Si al principio de la Biblia se nos dice que Dios creó el sol, las estrellas, el cielo... en el texto de hoy se nos dice que cesarán en su cometido; esperan una nueva creación. La fecha de esa nueva venida se mantiene en el más absoluto secreto. La Parusía —la venida del Hijo del Hombre— es el punto culminante y la meta de toda la historia humana.
                A lo largo de los siglos los seres humanos nos hemos resistido tanto individual como en grupo a los designios de Dios; la historia humana es fiel ejemplo de esta resistencia. Hemos avanzado en muchas realidades que afectan al ser humano, pero no podemos decir que nuestros proyectos y ambiciones estén orientados totalmente hacia Dios. Al lado del trigo crece la cizaña y los siglos con su historia no han podido persuadir a todos que Dios espera algo de nosotros y del mundo en el que estamos. La venida definitiva de Jesús es el gran triunfo de Dios sobre la creación desviada de su camino.
                Dice el Evangelio de san Juan que al "principio era la Palabra..." Este texto nos recuerda que al final de todo quedará esa palabra que "no pasará".
                Hay una frase de Jesús en el evangelio que nos debe llenar de esperanza, aquella que le dijo al ladrón arrepentido que fue crucificado junto con él: "hoy estarás conmigo en el paraíso..." No le deja esperar al final de los tiempos para saber donde pasara la eternidad, le dice "hoy" sabiendo bien el Señor que cuando morimos nos quedamos fuera del tiempo y de la historia. Ese "Hoy" es más que un anuncio y una promesa, es la seguridad de quien se lanza confiado a los brazos del crucificado tiene una vida nueva.
                Un final parecido para la historia humana es la promesa que Jesús nos hace. Nos dice que al final del camino Él nos espera y que no nos dejará solos en la dureza de los caminos de la vida.
                               Creo que los ateos y los agnósticos necesitan al igual que los creyentes, la nueva venida del Señor. Nosotros hemos creído por la fe, sin ver; ellos necesitan verle de nuevo para que su corazón crea.
                El Señor nos quiere tanto que vuelve de nuevo para que lo que había creado no se pierda lejos de su paraíso. La historia del ser humano comienza en un paraíso y termina en un paraíso. En el primero está Dios que ve la desobediencia del ser humano; en el segundo Dios nos reúne de nuevo para ofrecernos su amor eterno. Son dos momentos de una misma historia, la historia de Dios y la humanidad redimida.
        Reflexiona:
        ¿Me atemoriza pensar en mi propia muerte?
        ¿Estoy comportándome de una manera digna de quien ha   sido perdonado, salvado y acogido por Dios como hijo         suyo?
        ¿Qué tendría que cambiar en mi vida diaria para vivir        como hijo de Dios?
        ¿Comunico esperanza a los demás con mi vida?
OREMOS:
        “Señor Jesús resucitado, maravilloso, deslumbrante, rodeado de luz y de gloria celestial, todas las criaturas anuncian tu regreso. Yo sé que estas presente en cada cosa, discretamente, pero espero que te manifiestes en toda tu hermosura.” Amén.

domingo, 11 de noviembre de 2012

HOMILÍA DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO

"Hijos de Santa Ana"
 
 
Marcos 12, 38-44. Esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros”.
 La colecta en la Iglesia es una antigua usanza en muchas religiones. En Estados unidos trataron de hacer  de hacer estadísticas comparativas para ver en que religión, desde este punto de vista, los fieles eran más generosos. Parece que el primer puesto lo tienen las comunidades hebreas. Eso correspondería a la tradición.
        En el tiempo de Jesús, los dones dados al templo de Jerusalén eran cuantiosos. Pilato confiscó dinero del templo cuando le faltó para la construcción del acueducto.
        Más de alguno tal vez se escandaliza por las colecta que se hacen en la Iglesia, y sabemos el motivo, para su mantención. Hay otros que confunden la oferta que se da por los sacramentos como una venta. ¡Compro los sacramentos!
        Sabemos que las cosas sagradas no se compran. ¿Cual es la diferencia entre la compra y el don?
        En la compra la gente siempre hablan cuando han hecho una buena compra a buen precio. Cuando se regala, el donador se jacta porque regala algo.
        ¿Cuál es la diferencia?
        Comprar una cosa no es un negocio personal. Cuando voy a comprar un objeto, no miro a la persona que lo vende, sino la calidad de los que compro y el precio. Cuando regalamos nos dirigimos a la persona. Cuando más la amamos, más grande es el don que queremos hacerle. Los hijos al final reciben todo de los padres: el dinero, la casa… y los padres no se lamentan de esto.
        En lo que se refiere a la religión ¿Qué podemos regalar a Dios? Él posee todo. Solo podemos darle la gloria. Por eso se construyen grandes iglesias, para darle la gloria que se merece. Los hebreos estaban orgullosos de su templo, por eso contribuyan generosamente para mantenerlo. Pero nos podemos preguntar si ¿Dios tiene necesidad de la gloria externa?
        Jesús nació en la gruta de Belén y murió en el Calvario.
        Es por eso que debemos preguntarnos ¿Qué quiere Dios que le demos? San Juan Crisóstomo decía: “Dios no necesita ni oro ni vestido de seda, más bien quiere que demos de comer a los pobres”.       Es en la línea que nos dice Jesús en el evangelio de Mateo, el servicio a prójimo: “Cuando lo hicieron a uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt. 24, 40) ¿Qué se puede hacer por el prójimo? Muchas cosas, entre las cuales también la construcción y mantenimiento del templo.

        Jesús no reprocho  el uso de echar dinero en el arca de la colecta, sino observaba como lo hacían. El don material debe expresar nuestra disposición interior.
                ¿Qué le queremos dar a Dios? Primeramente tenemos que darle lo Cristo le dio al Padre: se dio a si mimo. Lo mismo nosotros, hijos de Dios debemos darnos a nosotros mismo en una oferta agradable a Dios. San Ignacio de Loyola en la conclusión de los Ejercicios espirituales decía: “Tómame, Señor y acepta toda mi libertad, mi memoria, mi inteligencia y toda mi voluntad, todo lo que tengo y poseo: tú me lo has dado, a ti, Señor, lo devuelvo, todo es tuyo, dispón según tu plena voluntad, dame tu amor y tu gracia, que esto es lo que me basta”.
        Los mártires a lo largo de los siglos han dado todo lo que tenían, imitando a Jesucristo, han dado su propia vida por amor a Cristo, pero la vida se le ofrece a Dios no solo en el momento de la muerte, sino cada día, durante el trabajo, en los quehaceres domésticos, en el cuidado de la familia, etc.
        En la liturgia, en el ofertorio, recordemos, que no solo ofrecemos las especies eucarísticas, el pan y el vino, que se transformaran en el Cuerpo y Sangre de Cristo, sino también nosotros mismo: “fruto de la tierra  y del trabajo del hombre… fruto de la vid y del trabajo del hombre…” parece algo insignificante pero el valor es que son imagen de nuestra persona.
        Un símbolo del sacrificio interior debe ser también lo que damos al templo para la liturgia. ¿Cuánto se debe dar? No se puede medir materialmente, sino según la disposición del espíritu. Jesús pone de ejemplo la oferta de la viuda pobre, que dio lo que tenia para vivir, porque sabía que Dios le daría lo necesario.
        Cuando nosotros damos para mejora esta casa de Dios, nuestra casa, también damos para mejorar nuestra propia casa, no solo edificamos el templo material sino también nuestro edificio espiritual. Nuestra propia vida.

 

sábado, 3 de noviembre de 2012

HOMILÍA DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO

"Hijos de Santa Ana"
 
Marcos 12, 28-34. "Amarás al Señor tu Dios... Amarás a tu prójimo como a ti mismo…”

                Muchas veces nuestras predicaciones están destinadas a que las personas se den cuenta de que es muy importante amar a Dios. Y esto es verdad, pero nos olvidamos con demasiada frecuencia que amar a Dios implica primero el sentirse amado por Dios. Si hay personas que todavía no aman a Dios es porque seguramente no se les ha dicho a la cara con seguridad y rotundidad que Dios les ama. Dice la Escritura: “…porque Él nos amó primero…”.
                Es difícil para la persona de nuestro tiempo el descubrir sentirse amado por Dios ya que los múltiples problemas de la vida no dejan ese espacio íntimo donde se produce el encuentro. Vivir en cristiano significa crear diariamente, en cada momento, esa ruta íntima y espiritual que nos conduce al amor del Padre.
                El amar a Dios no es una opción únicamente personal. Yo no amo a Dios porque me lo proponga. Amo a Dios porque Dios ha desvelado en mi vida su amor. No amo a Dios porque sea una decisión que he tomado, sino como respuesta a la grandeza de Dios que está presente en mi vida.
                Hay ocasiones que este mandamiento se ha desvirtuado. Vemos personas que han renunciado a la existencia humana para centrarse solamente en Dios, abandonando incluso los quehaceres materiales; buen ejemplo de ellos tenemos en los Tesalonicenses que pensando en la pronta venida de Dios abandonaron incluso el mantenimiento físico.
                No podemos amar al creador del mundo si no amamos su creación. La creación de Dios es como la tarjeta de presentación del mismo Dios. Cuando la Escritura habla de que “vio todo lo creado y vio que era bueno…” nos está indicando que todo lo creado por Dios está invitado a su grandeza. La creación es un acto de amor de Dios. Siempre en Dios encontramos una propuesta para hacer el bien y sentirnos bien…
                Alejarse del mundo no significa desentenderse del mundo. Alejarse del mundo significa no asumir las propuestas que el mundo nos hace prescindiendo de Dios. No es olvidarse de la creación y de lo creado.
                Hay personas que entienden que ser cristiano es darle la espalda al mundo físico y real, algo así como prejuzgar la creación de Dios como algo malo.
                La creación de Dios ha sido rota una y otra vez por el pecado tanto individual como colectivo. Muchas veces se ha intentado recrear lo bueno pero sin Dios. Tenemos que aprender a amar a Dios en medio del mundo. Recordemos lo que Jesús nos promete: “…yo estoy con ustedes todos los días hasta el final del mundo…” El gran desafío del cristiano es “estar en el mundo sin ser del mundo…”
                Amar a Dios con todo lo que somos es unirse tan íntimamente a Él que nadie podrá apartarnos de su amor.
                “Amarás a tu prójimo como a ti mismo…”
                Al lado de ese amor pleno a Dios, Jesús hace una especie de complemento que ya venía anunciado en el Antiguo Testamento. Amar a Dios es tener presente al prójimo.
                No es amar sólo la creación física de Dios. No es amar la belleza de la naturaleza o las profundidades del mar… La novedad de Jesús es que nos invita a amar a los seres humanos por los cuales dio la vida.
                La naturaleza física (montes, valles, ríos…) no se ha apartado de Dios pero la creación máxima de Dios: el ser humano, sí ha repetido continuamente el abandono del creador. No es extraño ver cómo los seres humanos han intentado infructuosamente crear un mundo sin Dios.
                Lo grande de este texto se centra precisamente en la invitación a amar no sólo a Dios sino a la criatura herida por el pecado. No habla Jesús de que tenemos que amar al que cree en Dios, o al que intenta ser perfecto, ni siquiera al que ama a Dios… Jesús abre el abanico del amor que Dios quiere: un amor generalizado a todo prójimo a toda persona humana sin distinción de ningún tipo.
                Cuando la presencia de Dios se desvanece en el mundo debido a la presencia del pecado, también se debilita el amor al prójimo. Ejemplos en la historia humana los tenemos a miles. A menor presencia de Dios en una sociedad, mayores injusticias para los seres humanos… Esto ocurre incluso a nivel personal. Cuanto más me alejo de Dios se debilitan mis relaciones fraternas con los demás. Si dejo que Dios no sea mi padre, los demás no serán nunca mis hermanos.
                El reino de Dios significa equilibrar estas dos partes del mismo mandamiento. Amando a los demás estoy amando a Dios y viceversa.
                El escriba estaba cerca del reino de Dios porque entendió el mensaje, ahora lo único que le quedaba por hacer es vivirlo.
 
Interrógate:
1. ¿Cuáles son las diferencias entre amar a Dios y al prójimo?
2. ¿Por qué crees que pone Jesús en el mismo plano ambos amores?
3. ¿Qué dificultades tienes para poder vivir ambos amores?
4. Desde tu realidad concreta: ¿Quién es tu prójimo?
5. ¿Qué puede hacer un cristiano para mantener esos dos amores?