sábado, 26 de octubre de 2013

Domingo XXX del tiempo ordinario

"Hijos de Santa Ana"

Evangelio según San Lucas 18,9-14.

El publicano volvió a su casa justificado, pero no el fariseo.

Y refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola:
"Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba así: 'Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas'. En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: '¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!'. Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado".



REFLEXIÓN.

“Dios mío, ten compasión de mí que soy un pecador.”

    “Inclina tu oído, Señor, escúchame, que soy humilde y pobre.” (Sal 85,1) El Señor no inclina su oído al rico sino al pobre y miserable, al que es humilde y confiesa sus faltas, al que implora la misericordia. No se inclina al satisfecho que se jacta y se envanece como si nada le faltara y que dijo: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres,... ni como ese publicano.” (Lc 18,11) El rico fariseo exhibía sus méritos, el pobre publicano confesaba sus pecados.
  
    Todos los que rechazan el orgullo son pobres delante de Dios y sabemos que Dios tiende su oído hacia los pobres y los indigentes. Reconocen que su esperanza no puede apoyarse ni en oro o plata ni en sus bienes que, por un tiempo, enriquecen su morada...
Cuando un hombre menosprecia en sí todo aquello que infla el orgullo es pobre ante Dios. Dios inclina hacia él su oído porque conoce los sufrimientos de su corazón.

    Aprended, pues, a ser pobres e indigentes, teniendo o no teniendo bienes de este mundo. Uno puede encontrar a un mendigo orgulloso y a un rico convencido de su miseria. Dios se niega a los orgullosos, tanto si van vestidos de seda o cubiertos de harapos. Otorga su gracia a los humildes, sean o no notables de este mundo. Dios mira lo interior: aquí examina y juzga. Tú no ves la balanza de Dios. Tus sentimientos, tus proyectos, los mete en el platillo... ¿Hay a tu alrededor o dentro de ti algún objeto que estás tentado a retener para ti?

sábado, 19 de octubre de 2013

DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO


"Hijos de Santa Ana"

 San Lucas 18, 1-8. "Oren sin desanimarse"
En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario.” Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.”»
Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?»

REFLEXIÓN.
En el camino a Jerusalén, Jesús sigue instruyendo a sus discípulos, esta vez sobre la oración. Hay muchas maneras de rezar. La mayoría de nosotros hemos aprendido a rezar repitiendo oraciones de otros, de santos y santas, de grandes místicos y personas espirituales que nos han dejado en esas oraciones su experiencia de Dios. Ya sabéis que Jesús sólo nos enseñó una oración, el Padre Nuestro. Esa oración resume todo aquello que necesitamos pedir para ser felices y es la oración por antonomasia, porque viene del mismo Jesús. Pero las demás, las que repetimos nosotros, no dejan de ser “oraciones de otros”.
Y no pasa nada porque las recemos, pero ¿es que nosotros no tenemos nuestra propia experiencia de Dios? No se trata ahora de ponernos a componer oraciones, sino de caer en la cuenta de que rezar es algo más que repetir oraciones. Rezar es hablar con Dios, como hablo con un amigo. Y con un amigo no uso “fórmulas” o “frases hechas”, sino que le hablo desde mi corazón y le cuento lo que llevo en él. Rezar es contarle a Dios lo que llevo en el corazón, lo que me pasa a mí día a día.
En segundo lugar, la oración no es un monólogo, sino un diálogo. No se trata de que hablemos nosotros solos, sino que también hay que escuchar. Y, por lo tanto, Dios también nos escucha, aunque esto a veces no lo tenemos del todo claro. En la primera lectura vemos como el pueblo de Israel sigue teniendo dificultades para confiar en que Dios sigue acompañando su camino y escuchando sus oraciones, a pesar de que Dios sigue dando pruebas evidentes de ello: “mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la tenía baja, vencía Amalec”. Estas dificultades también son las nuestras, cuando pensamos que Dios no nos da lo que le pedimos, que no nos escucha, que no se acuerda de nosotros, que nos ha abandonado… Por eso Jesús da razón de la parábola que nos cuenta hoy: es “para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse”. Ya hemos visto la importancia de mantener una relación con Dios, como con un amigo. Y también caemos en la cuenta de que nuestra oración ha de ser continua y constante. Todo lo que nos pasa en nuestra vida, bueno y malo, puede y debe pasar por el diálogo con Dios, que no permanece indiferente ante nuestras alegrías y penas. Pero además, en nuestra oración, no hemos de perder la esperanza, aunque pensemos que Dios no está haciendo nada. Quizá es que no estamos pidiendo bien.

Podríamos preguntarnos ¿qué es lo que pedimos cuando rezamos? ¿Pedimos sólo para nosotros, para nuestro interés y beneficio? ¿Tenemos en cuenta las necesidades de nuestro alrededor y a los necesitados? El Evangelio nos presenta a una pobre viuda, muy vulnerable socialmente por no tener el amparo de un hombre en una sociedad marcadamente patriarcal, pero que no deja de pedir una y otra vez. Pero, ¿qué pide la viuda? Pide JUSTICIA. Y Dios siempre está dispuesto a hacer justicia, sobre todo a los más necesitados, a los que son precisamente las víctimas de la injusticia. Hoy podemos preguntarnos si lo que pedimos en nuestra oración es JUSTO para todas las personas, o sólo nos beneficia a nosotros. Dios nos escucha a todos y sabe lo que necesitamos cada uno. ¿Confiamos en Él? La enseñanza de la parábola es clara: si un juez malo es capaz de hacer justicia, aunque solo sea por la pesadez de la viuda y para que esta no le moleste más, ¿cómo no escuchará Dios, que es Padre y misericordioso, a los que le piden con constancia y sin perder la esperanza?
Hoy el Evangelio nos enseña que orar es pedir justicia y también comprometerse para que esa justicia se aplique en las situaciones de injusticia. Y también que nuestra oración necesita una gran dosis de fe y de esperanza: fe en que Dios nos escucha y esperanza en que nos dará lo que más necesitamos. Al final del evangelio, Jesús pregunta si encontrará esa fe en la tierra, en nosotros.
La Eucaristía es una gran oración en la que damos gracias a Dios por Jesucristo que ha entregado su vida para hacer justicia a favor de los más necesitados de nuestro mundo, y también por todos y cada uno de nosotros, especialmente por los misioneros y por los que trabajan por causa de Cristo. Por eso “es justo y necesario” darle gracias, es “nuestro deber y salvación”. Celebremos la Eucaristía y demos gracias a Dios que escucha nuestras oraciones y está atento a nuestras necesidades.

sábado, 5 de octubre de 2013

Domindo, XXVII del tiempo Ordinario

"Hijos de Santa Ana"

San Lucas 17, 3-10
Pidieron, Señor: Acrecienta nuestra fe
Dijo el Señor a sus discípulos: "Si ti hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente perdónalo. Y si peca siete veces al día contra ti, y otras tantas vuelve a ti, diciendo: me arrepiento, perdónalo". Dijeron los apóstoles al Señor: Acrecienta nuestra fe. Dijo el Señor: Si tuvierais fe tanta como un grano de mostaza, diríais a este sicómoro: Desarraígate y trasplántate en el mar, y él os obedecería. ¿Quién de vosotros, teniendo un siervo arando o apacentando el ganado, al volver él del campo le dice: Pasa en seguida y siéntate a la mesa, y no le dice más bien: Prepárame la cena, cíñete para servirme hasta que yo coma y beba, y luego comerás y beberás tú? ¿Deberá gratitud al siervo porque hizo lo que se le había mandado? Así también vosotros, cuando hiciereis estas cosas que os están mandadas, decid: Somos siervos inútiles; lo que teníamos que hacer, eso hicimos.

Meditación:


Hoy escuchamos la linda oración de los apóstoles, “Auméntanos la fe”.  Ellos están siguiendo a Jesús y parece que quieren entrar más profundamente en su manera de pensar.  El sentido de fe no es creencia en doctrina ni entendimiento de la ley.  Es más cuestión de tener una relación con Dios, como la que tenía Jesús.  Para los discípulos, la fe era una entrada en el poder de Dios que les dejaría curar las enfermedades, enseñar con autoridad, y llevar la Buena Nueva a los oprimidos. 
Las lecturas nos traen la oportunidad de preguntarnos cuál es nuestra idea de la fe.  Podemos decir que todos tenemos fe, porque estamos aquí celebrando esta misa y siguiendo los mandatos de la Iglesia Católica.  Pero en el sentido del Evangelio, tenemos que pedir como los apóstoles, “Señor, auméntanos la fe”.  Aumenta nuestra relación con Ud que nos lleva dentro de tu poder y compasión.  Aumenta nuestra confianza en el valor de la vida humana, nuestra propia vida, con sus experiencias de fracaso y de éxito.  Aumenta nuestra alegría en la vida, que es un gran don, aunque lleva consigo sufrimiento y dolor.  Aumenta nuestra esperanza por la paz, aunque vemos grandes guerras y violencia.  
Este sentido de la fe es fe en la visión que Dios tiene para el mundo.  Es una visión de paz, de compasión, de compartir, de fraternidad y de perdón.  Es una visión que es clara, que se puede leer por nuestra vida y nuestra manera de actuar.  Es la visión que tiene tanta fuerza que seguimos fiel, a pesar del desprecio del mundo.  San Pablo escribe a Timoteo, “no te avergüences, pues, de dar testimonio de nuestro Señor, ni te avergüences de mi, que estoy preso por su causa”.  La vida de fe no es una vida fácil.  No es que la fe nos alivia de sufrimientos ni oposición.  Pero la fe siempre nos da fuerza y tranquilidad.  Según San Pablo, la fe trae un espíritu de fortaleza y de amor.
Lo que Jesús nos enseña no es una teoría ni una seria de creencias.  Es más bien un ejemplo práctico de cómo vivir.  Hay mil ejemplos en nuestra alrededor si abrimos los ojos.  Una esposa que cuida a su esposo cuando sufre de Alzheimer’s es un ejemplo de fe, porque pone valor en la vida humana cuando la dignidad desaparece lentamente en la vida de su ser querido.  Un padre que sigue cariñoso con su esposa y sus hijos después de perder su trabajo y su auto-estima es un ejemplo de fe.  Un maestro que dedica tiempo después de las clases para ayudar a un estudiante que no tiene ayuda en su casa es un ejemplo de fe.  Una hija que cuida a su mamá cuando la mamá se queja día y noche es un ejemplo de fe. 
Vemos la fe en la generosidad de la gente que comparte su dinero con los necesitados.  Vemos la fe en las visitas que hacen los ministros de la Eucaristía a los hospitales y hogares.  Vemos la fe en el compartir de las celebraciones de la Iglesia.  Vemos la fe en la bienvenida que la gente extiende a los que llegan recién a la comunidad.
¿Qué es la fe?  Es la convicción que Dios es bueno, siempre.  Es la convicción que Dios nos llama a vivir una vida comunitaria donde no hay división entre ricos y pobres.  Es la convicción que Dios está utilizando nuestras acciones para la creación de un mundo de paz y bondad.  Es la convicción que nuestra pequeña parte es importante.
La fe es algo que se pide de Dios.  Nos viene en los sacramentos, en la oración y en el intercambio de la vida.  Demos gracias por nuestra fe, y en mismo tiempo, rezamos juntos, “Señor, auméntanos la fe”.