sábado, 30 de junio de 2012

DOMINGO XIII - T. O.

        Podemos resumir el mensaje de la Palabra de Dios, sobre todo el evangelio, en este simple, pero significativa frase: “Dios esta a favor de la vida”.

         Es curioso. Esta frase que sintetiza el mensaje de Jesús crea tantos conflictos. Desgraciadamente seguimos haciendo de Dios bandera de nuestra propia forma de pensar. En definitiva, lo usamos para justificar lo que pensamos, queremos y deseamos.

         Hay grupos que están a favor de la paz. Estos estos agitan la bandera de Dios para decir que hay que estar contra cualquier forma de guerra o violencia. Y hay otros grupos que parecen estar exclusivamente preocupados por el aborto. El tema de la guerra no les interesa o les interesa muy poco. Unos y otros están en favor de la vida pero solo en un aspecto. Por en medio anda los partidarios de la eutanasia, que parece que están a favor de la vida, pero no de toda vida o de la vida a cualquier precio sino de una vida dignamente vivida. Todos de una forma o de otra, a favor o en contra, tratan de atraer a Dios hacía su bando para justificar sus posiciones.

         La realidad es que Dios está a favor de la vida, de la vida de la persona. Ya dijo san Ireneo, un padre de la Iglesia de los primeros siglos, que “la gloria de Dios es la vida del hombre”. Dios quiere nuestro bien. ¡No pude ser de otra manera! Nos ha creado. Es el autor de la creación. No se pude concebir que haya creado este mundo para destinarlo a la muerte. Más bien, hay que pensar lo contrario: que lo ha creado para destinarlo a la vida y  a la vida eterna. Eso es lo que nos dice la primera lectura del libro de la Sabiduría.

         En el evangelio, Jesús está definitivamente a favor de la vida. No es necesario entrar una exegesis profunda ni explicaciones del texto. Es tan sencillo como ver que Jesús cura a la mujer  que padece flujo de sangre. En el primer caso, es Jesús el que se mueve hacia el enfermo o muerto y lo toca. En el segundo, es la mujer la que se acerca a Jesús y lo toca. En los dos casos la curación es de una enfermedad física, que es sin duda la primera amenaza a la vida.

         Hoy somos nosotros los que hemos de ocuparnos de esa defensa de la vida. Pero debemos hacerlo con la honestidad suficiente como para no guardar silencio ante ningún tipo de amenaza a la vida. No solo el aborto es pecado contra la vida. No solo la guerra. La injusticia, la pobreza, el egoísmo, la falta de amor, son también amenazas para la vida. No podemos pronunciarnos rotundamente  en un caso y callarnos en el otro. Eso no significa que no haya dudas. Hay situaciones en las que es difícil ver claro que es lo mejor o que significa en concreto defender la vida.

Es natural que le pidamos a Dios que aparte de nosotros el cáliz del sufrimiento, que nos libre de la cruz, del dolor que puede llevar a extremos a veces insoportables. ¡El mismo Hijo de Dios también rezó así al Padre: «aparta de mí este cáliz» (Lc 22, 42)! Pero, también el Señor Jesús nos enseña que al mismo tiempo hemos de añadir a nuestra intensa súplica un acto de total confianza en Dios y adhesión a sus designios: «pero no se haga mi voluntad, sino la tuya»(Lc 22, 42). Si a pesar de nuestra intensa súplica la cruz permanece allí, haciéndonos sufrir lo indecible; si no somos liberados de nuestro sufrimiento en ese instante, hemos de confiar plenamente en que Dios sacará mucho más fruto del grano que al caer en tierra sufre y muere (Jn 12, 24).


(P. Patricio Moraleda HSA)

sábado, 23 de junio de 2012

DOMINGO XII - SAN JUAN BAUTISTA - T. O.

        Tres son los nacimientos que la Iglesia celebra durante el Año litúrgico: El de Juan el Bautista, el de Jesús y el de María, y los motivos para celebrar el nacimiento de Juan el Bautista nos lo dirá la misma liturgia. El evangelio se encarga de decirnos como se escogió el nombre de Juan.

         Yehohanan e Juan en hebreo y significa “Dios es gracia”, o mejor, “El Señor muestra su favor”. Después de darle el nombre de Juan al niño, Zacarías pronuncio en una bellísima acción de gracias a Dios, que quedo plasmada en la liturgia de las Horas, en el rezo de Laudes (cf. Lc. 1, 68 – 79). En esta oración, Zacarías de dirige a su hijo y le dice: “Y a ti niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación y el perdón de sus pecados”.
                       
        Dios tenía un plan para Juan. Él, debía ser el precursor de Jesús. Y la pregunta que se hacían los vecinos de Zacarías, también podemos hacérnosla nosotros: “¿Qué va ser de este niño?”. La solemnidad de hoy nos recuerda, en primer lugar, que todo hombre juega un papel en plan de Dios y por referencia a Jesucristo.

          En la primera lectura, Isaías señala como fue llamado desde el vientre de su madre. Esa conciencia de ser elegido por Dios desde antes de nacer la deberíamos tener todos. Nadie esta aquí por casualidad y, mucho menos, Dios decide que va a ser de nosotros una vez que ya hemos empezado a vivir. Existimos porque Él nos ha amado.

          Por tanto, tenemos que preguntarnos por nuestra vocación. De cierto que nuestra vida no va acompañada de hechos extraordinarios como la de Juan el Bautista, pero igual podemos leer en nuestra historia personal múltiples indicios por los que el Señor nos va indicando un camino.

         Por otra parte, vemos que Juan responde a la misión que Dios le ha encomendado. Esto nos indica al final del texto de hoy. “El niño iba creciendo, y su carácter se afianzaba; vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel”. Podemos decir que Juan cuida la llamada que ha recibido.

         Es curioso que, quien había de convertirse en la voz de la Palabra se forme en el silencio. Su padre permanece mudo hasta el momento de su nacimiento y, antes de iniciar su cometido, Juan se retira a la soledad del desierto para, en el silencio, ser educado por Dios.

        Cualquier conocimiento que deseemos tener de la voluntad de Dios sobre nuestra vida personal es imposible de alcanzarla sino en el silencio interior. Queremos saber qué tenemos que hacer, pero no estamos dispuestos a dedicar tiempo de silencio para escuchar la voz de Dios.

         En ese silencio, Juan reconoce que toda su vida esta al servicio de Jesús. Lo mismo pasa con nuestra vida.   Uno de los hándicap existentes para el encuentro cara a cara, entre Dios y el hombre de hoy, son las innumerables barreras que se levantan ante nosotros: sociológicas, ambientales, económicas, culturales, o ideológicas: condicionan muchísimo a la hora de ejercer la libertad religiosa en la actualidad.

         San Juan Bautista es un “rompe-muros”. Nos hace tomar conciencia de nuestras propias fragilidades. De aquello que nos separa o distancia del Señor. Acercarse al Bautista, es arriesgarnos a sentirnos provocados por su estilo de vida. Es abrir los ojos hacia el futuro marcado por Dios y desde Dios.

        Hoy, muchos padres, han dejado de señalar con su dedo al cielo. Nos encontramos con hijos que viven perdidos en el desierto de la incredulidad. No porque ellos lo hayan elegido sino porque, nadie, les ha hablado de Aquel que es Hijo de Dios, nació en Belén, murió en Jerusalén y al resucitar nos dio vida nueva.

         Hoy, muchos, dejan de ser referencia y altavoz de los valores evangélicos y los silencian por temor a perder clientela o por ser tachados de confesionales.    Por ello mismo, San Juan Bautista, nos espabila y nos pone en el lugar que nos corresponde: ¡CONVIERTANSE! Adentrémonos por el camino de Jesucristo. Que nadie nos aparte de Él.

(P. Patricio Moraleda HSA)


viernes, 15 de junio de 2012

DOMINGO XI TIEMPO ORDINARIO

        Jesús no fue un teólogo en el sentido en la cual entendemos esta palabra. Pero eso no quiere decir que no tuviera las ideas claras sobre lo que quería transmitir a los que lo escuchaban. Para ello escogió un lenguaje que ayudara  a la gente a pensar por si misma. Su mensaje fundamental fue el anuncio del Reino de Dios.

         Pero ¿Qué es el Reino? El Señor, no lo dice nunca. Suele hablar del Reino a través de comparaciones y parábolas. Comparaciones sencillas, fácilmente comprensibles para los que lo escuchaban, campesinos pobres en su mayoría, pero también letrados y estudiosos de la Ley. Sus parábolas hacen referencia a diversos aspectos del Reino. Pero nunca lo definen del todo. Sus oyentes van entendiendo poco a poco. Se pude decir que en la medida en que quieren entender. Porque de cierto muchos de los que lo oyeron se alejaron pensando que Jesús no hacía mas que contar cuentos para niños.

         El Reino se parece a una semilla que siembra el campesino y que luego crece sin que nadie sepa como en la oscuridad de la tierra. Pero crece y termina dando su fruto. Da lo mismo que el campesino duerma o este en vela. Llegará el momento en que lo único que tendrá que hacer será recoger la cosecha. La otra dice que el Reino  se parece a la semilla de mostaza, la más pequeña de las semillas, pero que luego se hace grande que hasta los pájaros del cielo se cobijan en la planta que sale de aquella pequeña semilla. También el Reino crecerá hasta acoger a todos los hijos de Dios sin excepción.

         Estamos acostumbrados a ver y escuchar a personajes famosos y ricos, políticos; a que se hable de proyectos y resultados importantes y fascinantes; de grandes cambios para transformar el mundo; grandes problemas que nos desbordan, pero que hay que enfrentar.

         Nos sentimos pequeños, individuos pobres, impotentes. El Señor nos advierte que los grandes proyectos y los grandes protagonistas  son la excepción. Lo normal son las cosas pequeñas como el grano de mostaza. Eso es lo que conforma  nuestra vida cotidiana. No podemos hacer cosas grandes y excepcionales, pero podemos hacer que nuestras obras pequeñas, cotidianas, estén llenas de bondad. Podemos ser sembradores de amor, de ilusión, de solidaridad, perdón, alegría, esparciendo las innumerables semillas de bondad a nuestro alrededor.

         Pareciera que todo esto no sirve de nada. Nos cansamos de ser buenos y de que todo sigua igual. Tenemos prisa en ver los resultados de nuestro trabajo y nos parece que todo depende de nosotros, y nos sentimos  frustrados si no salen las cosas como nos parece a nosotros.

         Nosotros tenemos que ser como el labrador que siembra, pero que sabe esperar y contempla, como a su tiempo, la semilla crece y da fruto.

         Decía san Jerónimo: “la predicación del Evangelio es la más humilde de las teorías intelectuales. Esta doctrina, desde el comienzo mismo, parece absurda, cuando predica que un hombre es Dios, que Dios muere, el escándalo de la cruz. Comparen esta doctrina con las enseñanzas de la filosofía y sus libros, con el brillo de su elocuencia y el orden perfecto de los discursos, y verán como la semilla del Evangelio es más pequeña que todas las demás simientes”.

         Hay que vivir nuestra vida cristiana y nuestro compromiso cristiano desde la voluntad de Dios.

(P. Patricio Moraleda HSA)

viernes, 8 de junio de 2012

DOMINGO X - TIEMPO ORDINARIO "CORPUS CHRISTI"

         En nuestra sociedad hay formas de enfermedad mental que impiden reconocer a las personas cercanas. Es cuando hay quien grita durante horas: "¿dónde está mi hijo? ¿Dónde está mi esposa? ¿Qué fue de ellos?", y tal vez el hijo o la esposa están ahí, le toman de la mano y le repiten: "Estoy aquí, ¿no me ves? ¡Estoy contigo!". Así le ocurre también a Dios. Los hombres, nuestros contemporáneos, buscan a Dios en el cosmos o en el átomo; discuten si hubo o no un creador en el inicio del mundo. Seguimos preguntando: "¿Dónde está Dios?", y no nos percatamos de que está con nosotros y se ha hecho comida y bebida para estar aún más íntimamente unido a nosotros. Juan el Bautista debería repetir tristemente: "En medio de vosotros hay uno a quien no conocéis".
        
         ¿Cuál es el termómetro para saber si el alimento de Cristo llena mi vida? Cuando tengo hambre del Señor en mi vida diaria. Hambre de verdad y de vida, de amor y de entrega, de generosidad y cariño por parte del buen Dios.

¿Cuál es el termómetro para comprobar que la entrega de Cristo de verdad me alimenta?Cuando soy capaz de amar sin medida a los demás, en especial a los más débiles y necesitados. Si soy capaz de ver en los demás al Señor Resucitado es cuando toda la energía eucarística se ha asimilado en mi vida.

         En la segunda lectura san Pablo nos presenta la Eucaristía como misterio de comunión: "El cáliz que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?".
        
         Comunión significa intercambio, compartir. La regla fundamental de compartir es ésta: lo que es mío es tuyo, y lo que es tuyo es mío. Probemos a aplicar esta regla a la comunión eucarística y nos daremos cuenta de la "enormidad" del tema.

¿"Qué tengo yo específicamente 'mío' "? La miseria, el pecado: esto es exclusivamente mío. ¿Y qué tiene "suyo" Jesús que no sea santidad, perfección de todas las virtudes? Entonces la comunión consiste en el hecho de que yo doy a Jesús mi pecado y mi pobreza, y Él me da su santidad. Se realiza el "maravilloso intercambio", como lo define la liturgia.

         Conocemos diversos tipos de comunión. Una comunión bastante íntima es la que se produce entre nosotros y el alimento que comemos, pues éste se hace carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre. He oído a madres decir a su niño, estrechándole hacia su pecho y besándole: "¡Te quiero tanto que te comería!".

         San Juan de Ávila, recientemente declarado doctor de la Iglesia, hacer una oración para acercarnos a la comunión con devoción:

         “Señor, en esta tribulación estoy; Señor, en esta fatiga estoy; esta tentación me fatiga; esta deshonra me anda rondando; Señor estoy tibio, estoy flojo, estoy frío; Señor, pues vos sois fuego verdadero, encended mi alma con vuestro amor; abrasad, Señor, mis entrañas en caridad”.
(P. Patricio Moraleda HSA)

viernes, 1 de junio de 2012

DOMINGO - SANTÍSIMA TRINIDAD

Nosotros los católicos, junto con nuestros hermanos musulmanes y judíos conformamos las tres grandes religiones monoteístas, es decir creemos en un solo Dios. Ahora bien, ¿Cómo podemos conjugar nuestra fe en un solo Dios que es Padre, es Hijo y Espíritu Santo a la vez?

En primer lugar, no es algo que hayamos inventado nosotros para complicarnos la vida, sino que nos viene de la misma revelación, lo hemos escuchado en el evangelio de Mateo, que hemos proclamado: “vayan  pues y hagan discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y de Hijo y de Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que les mando…”.

Para poder comprender este misterio, la Iglesia primitiva recurrió  a los conceptos de la filosofía griega para intentar explicar humanamente lo que por sí mismo es inexplicable: un recurso metodológico que sirvió a los cristianos de todos los tiempos para comprender, con un poco de más claridad el misterio de Dios, Uno y Trino, es decir un solo Dios y tres personas distintas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, es decir recurrió a la categoría de Persona.

La pregunta es ¿Pero como se llego  a esto? Juan, nos dice que “Dios es amor”, y si es amor, debe amar a alguien. Él ama al hombre, pero el hombre solo ha existido, en los últimos instantes de la creación. Dios no puede haber empezado a ser amor desde cierto momento, porque Él no cambia. No podemos decir que se amaba a si mimos porque amare uno mismo no es amor, sino egoísmo o narcisismo.

La respuesta es que Dios desde siempre ha tenido a alguien a quien amar, un Hijo, el Verbo a quien ama con amor infinito, y ese amor es el Espíritu Santo. En todo amor hay siempre tres realidades o sujetos: uno que ama, uno que es amado y el amor que les une.
        
Si Dios fuese poder absoluto pero sin amor, entonces podría ser una sola persona, porque el poder puede ejercerlo uno solo. El poder de Dios siempre manifiesta su amor. El amor dona, el poder domina. Lo que envenena una relación es querer dominar al otro, poseerle, instrumentalizarlo, en vez de acogerle y entregarse.

Ciertamente no podemos aferrar estas verdad de nuestra Fe a cabalidad porque dejaría de ser un misterio y pasaría a ser un formula matemática, que cabe en nuestra cabeza, en nuestras neuronas.

Los primeros cristianos más que explicar el misterio de la santísima Trinidad, lo vivieron. Se sintieron plenamente hijos de Dios aceptándolo como Padre, Creador, providente, misericordioso, infinito, eterno. Experimentaron la mediación divina de Jesucristo, único Redentor, segunda persona de la Trinidad, la Palabra hecha carne, El Verbo por el cual se hizo todo y sin el cual nada fue hecho de lo que existe, como dice Juan (cf. 1, 3). Fueron testigos el día de Pentecostés de la fuerza, el poder y los dones del Espíritu Santo, tercera persona de la Trinidad, persona divina que unifica y conforta y mantiene la Iglesia, Pueblo de Dios.
        
Creo que en vez de buscar tantas razones para comprender o debatir este misterio de nuestra fe, deberíamos imitar a los primeros cristianos, es decir, más que buscar una explicación racional de la Santísima Trinidad debemos, revivir en nosotros, la experiencia de la Iglesia primitiva. Nos hace falta experimentar el amo, la misericordia, la bondad y el perdón de Dios como Padre. Sentir que por la muerte y Resurrección de Jesucristo, el Hijo de Dios, hemos sido salvados. Vivir el gozo de la presencia del Espíritu Santo que habita en nosotros, impulsándonos a construir el Reino de Dios.

Umberto Eco, en su obra “el péndulo de Foucault”, decía que “cuando los hombres dejar de creer en Dios, entonces comienzan a creer en todo”Cuando quitamos a Dios del horizonte de nuestra vida, ponemos en su lugar nuestros “dioses de barro, que nos esclavizan, droga, sexo, poder, dinero, etc.
        
Cada uno de nosotros esta invitado a ser un “icono” de la Trinidad, es decir, estamos llamados a reproducir  en nuestro interior el dinamismo vital de la Trinidad, que es misterio de comunión en el Amor. Solo así “vive” la Iglesia. No podemos conformarnos con solo ser comunidad, sino que debemos aspirar a ser comunión. La comunión es dialogo, armonía, trasparencia, pluralidad en la unidad. Es el amor lo que une a la Santidad Trinidad. Dios es Amor y no puede ser otra cosas, y no se puede entender más que amando.

(P. Patricio Moraleda HSA)