Podemos resumir el mensaje de la Palabra de Dios, sobre todo el evangelio, en este simple, pero significativa frase: “Dios esta a favor de la vida”.
Es curioso. Esta frase que sintetiza el mensaje de Jesús crea tantos conflictos. Desgraciadamente seguimos haciendo de Dios bandera de nuestra propia forma de pensar. En definitiva, lo usamos para justificar lo que pensamos, queremos y deseamos.
Hay grupos que están a favor de la paz. Estos estos agitan la bandera de Dios para decir que hay que estar contra cualquier forma de guerra o violencia. Y hay otros grupos que parecen estar exclusivamente preocupados por el aborto. El tema de la guerra no les interesa o les interesa muy poco. Unos y otros están en favor de la vida pero solo en un aspecto. Por en medio anda los partidarios de la eutanasia, que parece que están a favor de la vida, pero no de toda vida o de la vida a cualquier precio sino de una vida dignamente vivida. Todos de una forma o de otra, a favor o en contra, tratan de atraer a Dios hacía su bando para justificar sus posiciones.
La realidad es que Dios está a favor de la vida, de la vida de la persona. Ya dijo san Ireneo, un padre de la Iglesia de los primeros siglos, que “la gloria de Dios es la vida del hombre”. Dios quiere nuestro bien. ¡No pude ser de otra manera! Nos ha creado. Es el autor de la creación. No se pude concebir que haya creado este mundo para destinarlo a la muerte. Más bien, hay que pensar lo contrario: que lo ha creado para destinarlo a la vida y a la vida eterna. Eso es lo que nos dice la primera lectura del libro de la Sabiduría.
En el evangelio, Jesús está definitivamente a favor de la vida. No es necesario entrar una exegesis profunda ni explicaciones del texto. Es tan sencillo como ver que Jesús cura a la mujer que padece flujo de sangre. En el primer caso, es Jesús el que se mueve hacia el enfermo o muerto y lo toca. En el segundo, es la mujer la que se acerca a Jesús y lo toca. En los dos casos la curación es de una enfermedad física, que es sin duda la primera amenaza a la vida.
Hoy somos nosotros los que hemos de ocuparnos de esa defensa de la vida. Pero debemos hacerlo con la honestidad suficiente como para no guardar silencio ante ningún tipo de amenaza a la vida. No solo el aborto es pecado contra la vida. No solo la guerra. La injusticia, la pobreza, el egoísmo, la falta de amor, son también amenazas para la vida. No podemos pronunciarnos rotundamente en un caso y callarnos en el otro. Eso no significa que no haya dudas. Hay situaciones en las que es difícil ver claro que es lo mejor o que significa en concreto defender la vida.
Es natural que le pidamos a Dios que aparte de nosotros el cáliz del sufrimiento, que nos libre de la cruz, del dolor que puede llevar a extremos a veces insoportables. ¡El mismo Hijo de Dios también rezó así al Padre: «aparta de mí este cáliz» (Lc 22, 42)! Pero, también el Señor Jesús nos enseña que al mismo tiempo hemos de añadir a nuestra intensa súplica un acto de total confianza en Dios y adhesión a sus designios: «pero no se haga mi voluntad, sino la tuya»(Lc 22, 42). Si a pesar de nuestra intensa súplica la cruz permanece allí, haciéndonos sufrir lo indecible; si no somos liberados de nuestro sufrimiento en ese instante, hemos de confiar plenamente en que Dios sacará mucho más fruto del grano que al caer en tierra sufre y muere (Jn 12, 24).
(P. Patricio Moraleda HSA)