domingo, 21 de abril de 2013

Amor: Fruto de la Caridad

"Hijos de Santa Ana"
 
Todo ser busca, con ahínco, el bien y de este encuentro deriva la alegría. Pero, ¿cuál bien puede traernos alegría al punto de saciar todo deseo y no dar margen a ningún tipo de decepción? Santo Tomás aclara que, mucho más allá de ser una simple pasión, la alegría es el fruto más arrebatador del amor a Dios, pues "el amor es el primer movimiento de la potencia apetitiva del cual resulta el deseo y la alegría. 1"
1.jpgSegún el P. Antonio Royo Marín, O.P. 2, para que un objeto sea la causa de alegría y felicidad perfecta para el hombre, él debe reunir en sí cuatro condiciones esenciales: ser el bien supremo que no compita con otro mayor; excluir toda y cualquier mezcla de mal; saciar por completo todas las aspiraciones del corazón humano; y, por último, ser estable, o sea, que una vez obtenido no pueda ser perdido. Según este moralista, tales requisitos no son cumplidos por ninguno de los seres creados, sean ellos dinero, fama, gloria, belleza, etc.; esa tesis es confirmada taxativamente por la Santa Madre Iglesia (CCE 1723): "la verdadera alegría no está en las riquezas o en el bienestar, ni en la gloria humana o en el poder, ni en cualquier obra humana por más útil que sea, como las ciencias, la técnica y las artes, ni en otra criatura cualquier, mas apenas en Dios, fuente de todo el bien y de todo amor".
El P. Royo Marín da las razones: las riquezas, por ejemplo, además de fomentar progresivamente el deseo de más fortunas, no excluyen ciertos infortunios como enfermedades y muertes, y pueden ser perdidas por cualquier eventualidad. Similarmente, las honras, la fama y el poder son inestables, pues cesan después de la muerte. ¿Quién, por ejemplo, recuerda hoy a las personalidades que llenaron los diarios de hace un siglo? Además, salud, belleza, fuerza, en fin, de entre todos los bienes corpóreos, ninguno de ellos son bienes supremos, pues el cuerpo es la parte inferior del hombre, más allá de que también acaban con la muerte. En este sentido, Monseñor João Scognamiglio Clá Dias EP, fundador de los Heraldos del Evangelio, da un interesante testimonio:
Yo conocí personas riquísimas en mi vida. Viajando de allá para acá, conocí reyes de petróleo, conocí magnates de grandes fortunas: deprimidos, llenos de tics nerviosos, [...] porque en cualquier momento podía ser que ocurriera esto, ocurriera aquello, que perdiese esto, perdiese aquello. Ellos no se daban cuenta que perderían todo a la hora de la muerte, porque [...] pasarían a la eternidad sin llevar nada. 3
Tampoco la ciencia llena las condiciones necesarias para ser la razón de la alegría humana, pues esta puede ser perdida por las enfermedades mentales, además de no saciar al hombre, a punto del propio Sócrates afirmar: "Solo sé que nada sé".
Por último, el P. Royo Marín osa decir que ni siquiera en la virtud - en el sentido estricto de la palabra - puede consistir el gozo perfecto, puesto que no puede ser completa en esta Tierra, ni es estable ya que se puede perder por el ímpetu de las pasiones.
Definitivamente: el único que puede hacernos felices es Dios. Es como aconseja Tomás Kempis en su obra "Imitación de Cristo": "Tened por vana toda consolación que venga de la criatura. El alma que ama a Dios desprecia todo abajo de Dios. Solo Dios, eterno e inmenso, llena todo, Consolación del alma y verdadera Alegría del corazón 4".
Y realza L. Desiato que "no sirve de nada buscarla [la felicidad] dando una vuelta por el mundo, ella está dentro de nosotros, en la sonrisa de una Presencia" 5; y es, también, lo que reconoce el Obispo de Hipona: "cuando busco a Vosotros, Dios, busco la vida bienaventurada 6".
Cuando nosotros colocamos un amor meramente humano, cuando nosotros colocamos la esperanza meramente humana, cuando nos aferramos a cualquier cosa puramente natural, ahí viene la decepción. ¿Por qué? Porque cuando nosotros entregamos nuestro corazón, nosotros estamos a la búsqueda de un infinito, de un Ser absoluto, de Dios. Y muchas veces nosotros, por equivocación, acabamos colocando nuestra esperanza en algo que no es Dios, y eso no nos trae el saciar de este anhelo que yo llevo dentro de mi alma, que es el anhelo de Dios. El único ser que apaga este fuego, este anhelo de felicidad que es de felicidad infinita - yo quiero esta felicidad infinita porque yo fui creado para ella -, el único ser [que la sacia] es Dios, es Nuestro Señor Jesucristo, es la Religión, es tener la gracia de Dios. 7
Para ver cómo la alegría verdadera solo se encuentra en el ámbito sobrenatural, tomemos la figura de Napoleón Bonaparte. 
[Él fue] un hombre que hizo una carrera brillante, escaló inmediatamente, en poco tiempo, el puesto de emperador de Europa. Era adorado por todos, aplaudido por todos... [...] él tuvo una vida de triunfos magníficos. Pues bien, Napoleón Bonaparte cuando preguntaron a él cuál fue el día más alegre, más feliz de la vida de él, él dijo que fue el día de la Primera Comunión. 8
"Lo que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él" (I Jn 4, 16)
Entretanto, la alegría es producida por la obtención de un bien presente, pues, de otro modo, sería apenas un deseo; y el Catecismo de la Iglesia Católica (CCE 1718) afirma que este, por así decir "instinto natural", Dios lo puso en el alma humana a fin de atraernos a Él. Pero, siendo Dios infinito, ¿cómo podría el hombre obtener a Dios? Esta respuesta, la da, de forma magistral, el Doctor Angélico:

[La caridad] produce en el hombre la perfecta alegría. Con efecto, nadie tiene verdadero gaudio si no vive en la caridad. Porque cualquiera que desee algo, no goza ni se alegra ni descansa mientras no lo obtiene. Y en las cosas temporales ocurre que se apetece lo que no se tiene, y lo que se posee se desprecia y produce tedio; pero no es así en las cosas espirituales. Al contrario, quien ama a Dios lo posee, y por eso el ánimo de quien lo ama y lo desea en Él descansa. 9
Por tanto, solo la caridad nos da la posibilidad de poseer a Dios, pues como afirma San Juan: "Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él" (I Jn 4, 16). La caridad dilata nuestro corazón para que, ya en esta Tierra, podamos abarcar un poco más que nuestra capacidad humana conseguiría, la infinitud del Creador.
Agrega también Monseñor João Scognamiglio Clá Dias:
El modo de participar de Nuestro Señor Jesucristo y permanecer en Él y en la alegría de Él, es [...] estar participando de aquello que Él es. ¿Qué Él es? Él es la Alegría. Escuchen como suena mal: "Dios es la depresión. Dios es el desánimo. Dios es la tristeza". Alguien dirá: "Usted es un loco. ¡Fuera de ahí!" Porque si hay algo que yo no puedo decir es eso. Pero yo puedo decir: "¡Dios es la Alegría!" Y Él, por tanto, quiere transferir a nosotros esa alegría. ¿Cómo recibimos esa alegría? Es permaneciendo en el amor de Él, es permaneciendo en Él, es obedeciendo a las leyes morales que Él puso.10
Ahora, Dios es amor y es alegría; luego, para tener alegría es preciso tener amor a Él.
Por Mariana Iecker Xavier Quimas de Oliveira
_____
1 SÃO TOMÁS DE AQUINO. S. Th. II-II, q. 28, a. 4.
2 ROYO MARÍN, Antonio. Teología Moral para seglares. Madrid: BAC, 1961, v. I, p. 26.
3 CLÁ DIAS, Joã o Scognamiglio. Homilia do III domingo do Advento. Caieiras, 13 dez. 2009. (Arquivo IFTE).
4 KEMPIS, Tomás de. Imitação de Cristo. L. II, c. 5: "Totum vanum existima, quidquid consolationis occurrit de aliqua creatura. Amans Deum anima, sub Deo despicit universa. Solus Deus æternus et immensus, implens omnia, solatium animæ et vera cordis lætitia" (Tradução da autora).
5 DESIATO, L. Storia dell'eremo. Turim: [s. n.], 1990, p. 72: "Non serve cercala in giro per il mondo, essa è dentro di noi, nel sorriso di una Presenza" (Tradução da autora). Esta afirmação é fundamentada por Leão XIII: Deus se encontra presente em todas as coisas e está nelas: por potência, enquanto estão sujeitas ao seu poder; por presença, enquanto todas estão descobertas e patentes aos seus olhos; por essência, porque se encontra em todas como causa de seu ser (S. Th. I, q. 8, a. 3). Mas na criatura racional, Deus se encontra de outra maneira; ou seja, enquanto é conhecido e amado, uma vez que é próprio da natureza amar o bem, desejá-lo e buscá-lo. Finalmente, Deus, por meio da sua graça, está na alma do justo de uma forma mais íntima e inefável, como em seu templo; e disso se segue aquele amor mútuo pelo qual a alma está intimamente presente em Deus, e está nele mais do que pode suceder entre os amigos mais queridos, goza dele com a mais regalada doçura. LEÃO XIII, Encícica Divinum illud manus, n. 10: "Dios se halla presente a todas las cosas y que está en ellas: por potencia, en cuanto se hallan sujetas a su potestad; por presencia, en cuanto todas están abiertas y patentes a sus ojos; por esencia, porque en todas se halla como causa de su ser (S. Th. I, q.8, a.3.). Mas en la criatura racional se encuentra Dios ya de otra manera; esto es, en cuanto es conocido y amado, ya que según naturaleza es amar el bien, desearlo y buscarlo. Finalmente, Dios, por medio de su gracia, está en el alma del justo en forma más íntima e inefable, como en su templo; y de ello se sigue aquel mutuo amor por el que el alma está íntimamente presente a Dios, y está en él más de lo que pueda suceder entre los amigos más queridos, y goza de él con la más regalada dulzura" (Tradução da autora).
6 SANTO AGOSTINHO. Confessionum L.X, c. 20, n. 26: ML 32, 791: "Cum enim te Deum quæro, vitam beatam quæro" (Tradução da autora).
7 CLÁ DIAS, João Scognamiglio. Homilia do III domingo do Advento. Caieiras, 14 dez. 2008. (Arquivo IFTE).
Id. Homilia do III domingo do Advento. Caieiras, 13 dez. 2009. (Arquivo IFTE).
8 ANDRIA, Pedro de. Los mandamientos comentados por Santo Tomas de Aquino. 2. ed. Mexico: Tradición, 1981, p. 12: "[La caridad] produce en el hombre la perfecta alegría. En efecto, nadie posee en verdad el gozo si no vive en la caridad. Porque cualquiera que desea algo, no goza ni se alegra ni descansa mientras no lo obtenga. Y en las cosas temporales ocurre que se apetece lo que no se tiene, y lo que se posee se desprecia y produce tedio; pero no es así en las cosas espirituales. Por el contrario, quien ama a Dios lo posee, y por lo mismo el ánimo de quien lo ama y lo desea en El descansa" (Tradução da autora).
9 CLÁ DIAS, João Scognamiglio. Homilia da quinta-feira da IV semana do Tempo Pascal. Caieiras, 6 maio 2010. (Arquivo IFTE).




jueves, 18 de abril de 2013

La herejía nestoriana y el dogma de la Maternidad Divina - II Parte

"Hijos de Santa Ana"

A continuación la 2da. parte de la maravillosa historia de la proclamación del dogma de la maternidad divina:

II - El concilio de Éfeso

La nueva herejía no demoró en llegar a la Iglesia de Alejandría, gobernada desde el año 412 por el Patriarca San Cirilo. Decidido como siempre, no tardó en ponerse en acción para cortarle el paso. A la vez que expedía cartas a obispos, presbíteros y monjes reiterando la doctrina sobre la Encarnación del Verbo y la Maternidad Divina, cuidaba prudentemente de no hacer alarde de los errores y el nombre del hereje, pues, "movido de intensa caridad", insistía en "no permitir que nadie se proclamara más amante de Nestorio, que él mismo".6
1.jpgA finales del año 429 le escribió mansamente por primera vez, advirtiéndole de los rumores que corrían en la región acerca de sus doctrinas y le pedía explicaciones sobre ello. No habiendo obtenido por respuesta sino una ácida invitación a la moderación cristiana, San Cirilo le expuso en una segunda misiva, con luminosa y sobrenatural clarividencia, el pensamiento universal de la Iglesia. Sin embargo, Nestorio no cedió y replicó con una nueva carta que contenía el elenco de sus ideas.

Roma entra en la disputa

En vista de la inutilidad de los recursos de los que disponía, a San Cirilo sólo le quedaba recurrir a Roma y así lo hizo, enviándole al Papa San Celestino I un documentado relato de la controversia con el Patriarca de Constantinopla, en el que figuraban textos de los sermones de Nestorio, acompañados por una síntesis de sus errores, como también un florilegio de textos patrísticos que sustentaban la verdadera doctrina y copias de las cartas que le había enviado al hereje.
Por su parte, Nestorio ya le había informado al Papa San Celestino I sobre la situación, aunque en términos estudiadamente ambiguos, con el objetivo de conquistar su favor.
Reconociendo el peligro que había, San Celestino convocó un sínodo en Roma, en agosto de 430, para tratar de este relevante asunto. Los escritos de Nestorio fueron cuidadosamente examinados, y confrontados con una larga serie de textos de los Padres de la Iglesia.7 Ante la evidencia de la herejía, la nueva doctrina fue condenada categóricamente.
De su propio puño el Papa le escribió a Nestorio ratificando las enseñanzas cristológicas de San Cirilo y advirtiéndole que incurría en excomunión si no se retractaba por escrito de sus errores en un plazo de diez días. Igualmente fueron enviadas cartas a los principales obispos de Oriente, al clero y al pueblo de Constantinopla con el fin de que "fuese conocida nuestra sentencia sobre Nestorio, es decir, la divina sentencia de Cristo sobre él",8 decía el texto.
Para ejecutarla en nombre del Sumo Pontífice fue designado el propio San Cirilo, quien convocó un sínodo en Alejandría y en nombre de esta asamblea escribió una nueva carta al heresiarca, exponiendo de manera bastante detallada la verdad católica sobre la Encarnación, y enumerando los doce errores de los que Nestorio debería adjurar por escrito, en el caso de que quisiera permanecer en el redil de la Iglesia. Era el tercer y último llamamiento que le hacía para su conversión.
Sin embargo, valiéndose de su influencia en la corte de Constantinopla, intentó obtener el apoyo del emperador, quien -para dirimir las contiendas y dudas y atender a diversos llamamientos- creyó oportuno convocar un concilio ecuménico. El Papa estaba de acuerdo con la decisión imperial y envió a sus legados, dándoles instrucciones muy precisas sobre la postura que deberían tomar ante los Padres conciliares: les recomendó que defendieran la primacía de la Sede Apostólica, que ejercieran el papel de jueces impolutos y que estuvieran siempre unidos al celoso Patriarca de Alejandría.
2.jpgEn aquella asamblea estaba en juego la Fe de la Iglesia respecto de este atributo esencial de María Santísima, y como subraya el historiador jesuita el P. Bernardino Llorca, "la situación era, en realidad, sumamente delicada. El Papa había dado ya la sentencia contra la doctrina de Nestorio, por lo cual el concilio no podía hacer otra cosa que proclamar esta declaración pontificia. Cualquiera otra conducta podría traer un cisma".9

El Concilio de Éfeso

Poco antes del 7 de junio de 431, fiesta de Pentecostés, iban llegando a Éfeso los representantes de las distintas Iglesias particulares. No obstante, el atraso de los legados pontificios y de algunos obispos, motivado por el largo y dificultoso viaje, posponía el comienzo de las sesiones, concurriendo para disminuir el ánimo de algunos Padres conciliares y causar cierta inseguridad en los demás.
Mientras tanto, Nestorio se afanaba por atraer hacia su doctrina a los incautos y desprevenidos, refiriéndose despectivamente a San Cirilo como "el egipcio". Entonces el
Patriarca de Alejandría decidió empezar el concilio sin más tardanzas, valiéndose de la autoridad que el Papa le había conferido, incluso antes de la llegada de los Padres romanos y sin prestar atención a las enfáticas quejas de la facción contraria.


La primera sesión conciliar

Se inició el 22 de junio con la proclamación del símbolo de Fe niceno
constantinopolitano. Nestorio, a pesar de que había sido convocado a estar presente, envió un mensaje diciendo que no comparecería mientras no llegasen todos los obispos. Sin embargo, el concilio continuó sus trabajos con la lectura de las doctrinas contenidas en el intercambio de cartas entre San Cirilo y el heresiarca. En la lectura de la defensa del Patriarca alejandrino estallaron prolongados y calurosos aplausos, siendo su misiva declarada ortodoxa y conforme al Concilio de Nicea, mientras que la de Nestorio fue reprobada como impía y contraria a la Fe católica. Los trabajos y estudios conciliares se completaron con la lectura de la sentencia consignada por el Papa en el sínodo de Roma y una larga serie de textos patrísticos consolidando la posición católica.

Infructíferos fueron los esfuerzos para reconducir a Nestorio a la casa paterna. A todos los que el concilio enviaba para intentar disuadirlo de su error los expulsaba groseramente de su presencia. En vano. Sobre él recayó el anatema: "Nuestro Señor,
Jesucristo, del que él ha blasfemado, ha definido por medio de este santo sínodo que el mismo Nestorio sea excluido de toda dignidad episcopal y de toda asamblea de obispos".10

Júbilo en la ciudad bendecida por el paso de María
Los fieles de Éfeso -ciudad en la cual, según la Tradición, María Santísima habría residido- exultaron al serles anunciada la sentencia definitiva reafirmando la doctrina de la maternidad divina. Todos acudieron a la Iglesia de Santa María al grito de "Theotokos!", a fin de festejar la decisión, como narra Pío XI en su encíclica conmemorativa del XV centenario del mencionado concilio: "El pueblo de Éfeso estaba asumido de tanta devoción y ardía de tanto amor por la Virgen Madre de Dios, que tan pronto como oyó la sentencia pronunciada por los Padres del concilio, los aclamó con alegre efusión de ánimo y, provisto de antorchas encendidas, en apretada muchedumbre los acompañaron hasta sus residencias. Y seguramente, la misma gran Madre de Dios, sonriendo con dulzura desde el Cielo ante tan maravilloso espectáculo, correspondió con corazón materno y con su benignísimo auxilio a sus hijos de Éfeso y a todos los fieles del mundo católico, perturbados por las insidias de la herejía nestoriana".11

Rebelión y confusión

Aún así, en una misiva dirigida al emperador, firmada por siete obispos más, Nestorio puso objeciones a su condenación. Junto con Juan -Patriarca de Antioquía, que no había llegado a tiempo de participar en el concilio- se reunió en conciliábulo con una minoría de obispos contrarios a la decisión de San Cirilo de iniciar los trabajos sin esperar a los que se retrasaron. Declararon depuestos de sus sedes episcopales a San Cirilo y a Memnon, Obispo de Éfeso, y exigieron de todos los demás obispos que se retractaran en lo que respecta a los doce anatemas. Sin embargo, esta reducida asamblea no trató de rehabilitar a Nestorio, pues Juan de Antioquía, aunque amigo suyo, le consideraba culpable de herejía.12
El emperador Teodosio II, confuso antes las noticias contradictorias que le llegaban de Éfeso, emitió un edicto en el que prohibía a los prelados que regresaran a sus ciudades antes de que fuera hecha una investigación sobre todo lo sucedido. La orden imperial llenó de regocijo al partido de los herejes, quienes se juzgaban bajo el amparo de la autoridad temporal y, en consecuencia, autorizados a tomar todo tipo de medidas arbitrarias. Éstas iban desde la tentativa de consagrar a un nuevo Obispo de Éfeso hasta el uso de la violencia física contra el pueblo sencillo, indignado con el rumbo
que habían tomado las cosas, e incluso contra algunos Padres conciliares. A pesar de eso, tales manifestaciones de prepotencia y de injusticia no durarían mucho.

La decisión final
Los legados pontificios finalmente llegaron a Éfeso, y el concilio, bajo la presidencia de San Cirilo, que representaba al Sumo Pontífice, inició su segunda sesión el 10 de julio. Los enviados papales llevaban una carta de San Celestino, fechada el mes de mayo, pidiendo a la magna asamblea que promulgase la sentencia proferida por el Sínodo romano contra el Patriarca de Constantinopla. Al ver claramente expresada la voluntad de Dios en la decisión pontificia, todos los obispos presentes exclamaron: "¡Éste es el justo juicio! A Celestino, nuevo Pablo, a Cirilo, nuevo Pablo, a Celestino custodio de la Fe, a Celestino concorde con el sínodo, a Celestino todo el concilio le da las gracias: un solo Celestino, un solo Cirilo, una sola Fe en el sínodo, una sola Fe en el mundo".13
3.jpgLas actas de la primera sesión, tras ser examinadas y confirmadas, fueron leídas en público. Según los bellos términos de Rohrbacher, en esa segunda reunión se respiró "todo el perfume de la santa antigüedad: el espíritu de fe, de piedad, de santa cortesía; el espíritu de unión con el sucesor de Pedro; el espíritu de amor y de sumisión filial a su autoridad; en una palabra, el espíritu de la Iglesia Católica".14
En las sucesivas sesiones se trataron los casos de Juan de Antioquía y de otros disidentes, quienes habían sido convocados en tres ocasiones y en vista de su recusa a comparecer, fueron excomulgados. Igualmente se aprobaron seis cánones en los que no sólo se renovaba la condena a Nestorio, sino también la de algunos pelagianos.
Clausurado el concilio, el 31 de julio, quedaba definida para siempre la doctrina católica sobre la Santa Madre de Dios.


III - María es madre de la persona de Cristo

Hasta aquí hemos acompañado los dramáticos acontecimientos y el glorioso desenlace de esa histórica polémica. Ahora cabe preguntarnos cómo explicar esta verdad que nuestra Fe afirma y el sentido católico proclama en nuestros corazones: la maternidad divina de María Santísima.

¿Por qué quiso Dios tener una madre humana? Para abordar adecuadamente esta cuestión, empecemos por recordar un importante aspecto del plan divino para la Redención: Jesucristo, nuestro Señor, a pesar de que podía haber elegido otro medio para encarnarse juzgó "más conveniente formar de la misma raza vencida al hombre que había de vencer al enemigo del género humano".15 Así, de la misma forma que una mujer, por su desobediencia, había cooperado para la ruina de la humanidad, la obediencia de una Virgen cooperaría de forma decisiva para la Redención.
Ahora bien, cuando una mujer concibe a un hijo y lo alumbra, ella es madre de la persona que ha nacido, y no sólo de su cuerpo. Porque estando el alma y el cuerpo substancialmente unidos, ella engendra al ser humano completo, aunque el alma haya sido creada por Dios.

María era, por tanto, Madre de la Persona de Cristo. Y en la persona divina de Cristo estaban unidas la naturaleza humana y la naturaleza divina, desde el primer momento de su ser. Por eso, concluye el Papa Pío XI, "si una es la Persona de Jesucristo, y ésta divina, sin ninguna duda María debe ser llamada por todos no solamente Madre de Cristo hombre, sino Madre de Dios, Theotokos".16La Virgen María no engendró a una persona humana a la que, después, se uniera el Verbo, como decía Nestorio, sino, por el contrario, fue el Verbo que "se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14).
4.jpgLa grandeza y profundidad de este atributo de Nuestra Señora fueron recientemente puestos de relieve por el Papa Benedicto XVI, cuando afirmaba: "Theotokos es un título audaz. Una mujer es Madre de Dios. Se podría decir: ¿cómo es posible? Dios es eterno, es el Creador. Nosotros somos criaturas, estamos en el tiempo. ¿Cómo podría una persona humana ser Madre de Dios, del Eterno, dado que nosotros estamos todos en el tiempo, todos somos criaturas?".
Y discurriendo hermosamente sobre el Misterio de la Encarnación, el Santo Padre responde: "Dios no permaneció en sí mismo: salió de sí mismo, se unió de una forma tan radical con este hombre, Jesús, que este hombre Jesús es Dios; y, si hablamos de Él, siempre podemos también hablar de Dios. No nació solamente un hombre que tenía que ver con Dios, sino que en él nació Dios en la tierra. [...] Dios quería nacer de una mujer y ser siempre él mismo: este es el gran acontecimiento".17
Le cupo al gran santo Cirilo -cuya fiesta se conmemora en este mes de marzo-, "invicto asertor y sapientísimo doctor de la divina maternidad de María virgen, de la unión hipostática en Cristo y del primado del Romano Pontífice",18 defender la verdadera doctrina en los tiempos de la primitiva Iglesia. Pidamos, pues, su intercesión para que comprendamos amorosamente el don infinito obtenido por María por su "fiat" en respuesta al pedido del Padre Eterno (cf. Lc 1, 38) y roguémosle a Ella que nos alcance la inestimable gracia de adorar a su divino Hijo por toda la eternidad.
Por el P. Ignacio Montojo, EP
____

6 PÍO XII. Orientalis Ecclesiæ, n. 10.
7 LLORCA, op. cit., p. 529.
8 HERTLING, SJ, Ludwig. Historia de la Iglesia. Barcelona: Herder, 1989, p. 105.
9 LLORCA, op. cit., p. 528.
10 Dz 264.
11 PÍO XI. Lux Veritatis, c. III.
12 LLORCA, op. cit., p. 530.
13 Mansi, Conciliorum Amplissima Collectio, v. IV, c. 1007; Schwartz, Acta Conciliorum Oecumenicorum, l.c., IV, 1287, apud PIO XI. Lux veritatis, n. 1.
14 ROHRBACHER, op. cit., p. 477.
15 SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica, III, q. 4, a. 6.
16 PIO XI, op. cit., ibídem.
17 BENEDICTO XVI. Meditación al comienzo de los trabajos del Sínodo de los Obispos, 11/10/2010.
18 PÍO XII, op. cit., n. 2.

Después de la Resurrección, el Señor hace de los apóstoles continuadores de su misión

"Hijos de Santa Ana"


El Señor, después de haber rezado al Padre, constituyó Doce apóstoles para enviarlos a predicar el Reino de Dios. [1] El número de los Doce recuerda las doce tribus de Israel; por un lado expresa la edificación del nuevo Israel, nacido del "resto" del antiguo, pero por otro lado, es intención de Nuestro Señor romper con la casta sacerdotal limitada a una tribu.

El propio acto de elección comporta ya una participación de los apóstoles en la consagración y misión de Jesús, porque los escoge para enviarlos a predicar, por tanto, los hace partícipes de su consagración y de su misión, realizándose esto en diversos momentos y coincidiendo con la institución del sacramento del orden, observable en diversas ocasiones en las cuales reciben de Jesús la llamada, la potestad y la misión, completada en Pentecostés.


2.jpg

El magisterio une la institución del orden a la Eucaristía. Juan Pablo II, por ejemplo, reafirmó la doctrina tridentina de la unión del orden con la Eucaristía. Después de la Resurrección, el Señor hace de los apóstoles los continuadores de su misión y les da el poder de perdonar los pecados. [2] Esa misión de los apóstoles deriva de la consagración recibida. No es propia, en doble sentido: es una iniciativa de Otro y su capacidad para desarrollarla es participada.
En esa misión los apóstoles fueron confirmados en el día de Pentecostés. Al descender el Espírito Santo, se realizó el cumplimiento de la promesa de Nuestro Señor Jesucristo y se completa la institución del orden sagrado mientras da a los apóstoles la gracia necesaria para cumplir Su misión ejercitando la ‘potestas' sacra. Los apóstoles recibieron, de este modo, la calificación que permanecerá en los detentores del sacerdocio ministerial: una capacidad ontológica y un "impulso interior" - el don de Pentecostés contiene también aquello que posteriormente se llamará "gracia sacramental específica" de la orden. [3] Si la ‘missio Ecclesiae' es siempre reconducible a la misión invisible del Hijo y del Espíritu Santo, la ‘missio apostólica' deberá tener su origen no solo en Cristo, sino también en el Espíritu Santo.
El grupo de los Doce reunidos en el Cenáculo, como germen de la Iglesia, había ya sido enviado por el Señor a los hijos de Israel, y después a todas las gentes, a fin de que, participando de su potestad, los convirtiesen en discípulos, los santificasen y los gobernasen, sin embargo, fueron confirmados en esa misión en Pentecostés. Fueron impulsados a la misión y a predicar audazmente el Evangelio. Ese don del Espíritu Santo, el mismo Espíritu de Cristo, descendió sobre ellos para que lo comuniquen a todos los hombres.
La posición de los Doce, además de ser embajadores y ministros de Cristo, los sitúa también a la cabeza de la comunidad cristiana. Ellos están conscientes de estar investidos de autoridad, ejecutándola inclusive con vehemencia.[4] Escogidos juntos, su unión fraterna estará al servicio de la comunidad. Su autoridad no es de dominio, sino ejercitada "para edificar y no para destruir".[5]

Por P. Juan Carlos Casté, EP

[1] Mc 3, 13-19; Mt 10, 1-42.
[2] Cf. Jo 20, 21-23.
[3] Cf. Philipe Goyret Chiamati, Consacrati, Inviati Il Sacramento dell'Ordine. Libreria Editrice Vaticana, 2003.
[4] Cf. 1 Cor 4, 21; 5, 5.
[5] 2 Cor 13, 10.

La herejía nestoriana y el dogma de la Maternidad Divina I Parte

"Hijos de Santa Ana"


I - Génesis de una herejía
"Que nadie diga María de Madre de Dios: ¡Ella es una mujer, y es imposible que Dios haya nacido de una hija de Adán!".1 Apenas cayó esta afirmación de la boca del presbítero Anastasio, un frémito de sorpresa e indignación recorrió la Catedral de Constantinopla. Hasta entonces, jamás ocurriera allí que alguien pusiese en duda esa verdad en la cual había creído la Iglesia desde hacía mucho, 2 y en aquel momento el predicador negaba con tamaña soberbia.
Filiales y afligidas mirabas acribillaron entonces el semblante del Patriarca que, sentado en su cátedra, debía ser el guardián de la Fe.
Él, entretanto, no solo permanecía en silencio, sino también consentía con un enfático movimiento de cabeza apoyando la insólita afirmación.
El pueblo, escandalizado, comenzó a abandonar la catedral.
"Nuestra Señora con     

el Niño Jesús"
(Constantinopla
950-1050) - Metro-
politan Museum
of Art, Nueva York
El origen de un Patriarca controvertido
Capital oriental del Imperio Romano, en Constantinopla se mezclaban tumultuosamente la controversia teológica y las intrigas palaciegas, acentuadas por las características del temperamento oriental. Así, luego que estuvo en vacancia la Sede Patriarcal a fines del año 427, las facciones representadas en la corte pasaron a promover sus respectivos candidatos al codiciado puesto.
Teodosio II, sin embargo, decidió no prestar oídos a ninguno de los partidos y, a fin de evitar discordias, optó por escoger un extranjero. Su elección recayó sobre un monje de Antioquía, excelente orador, dotado de sonora voz y con fama de santidad. Algunos lo tenían como un segundo Crisóstomo. Su nombre era Nestorio.
Infelizmente, la reputación del candidato no correspondía a la realidad. Aunque aparentando piedad, celo y rectitud de costumbres, el padre Nestorio era sediento de adulaciones y lisonjas. Ocupar tan importante cátedra acariciaba sus ambiciosos anhelos y, por eso, apenas recibió la invitación, partió para la Nueva Roma, acompañado de Anastasio, su confidente.
En el camino, se detuvo algún tiempo con el Obispo de Mopsuéstia, Teodoro, que se había embarcado por sendas tortuosas en la especulación teológica, aventando tesis cristológicas por demás temerarias. 3 Y el pensamiento heterodoxo de Nestorio en materia de cristología se originó o se agravó en la convivencia con ese prelado.
La alegría de los constantinopolitanos por la llegada del nuevo Patriarca se transformó luego en temor y desconfianza, pues quien prometía ser un celoso pastor no tardó en manifestar orgullo y falta de integridad. Y el sermón arriba referido fue el brote de la nueva herejía que el recién electo Patriarca diseminaría por el Oriente cristiano.

Graves repercusiones de la nueva doctrina
Afirmaba Nestorio que María es madre solo de la naturaleza humana de Cristo y por eso debe ser llamada simplemente Madre de Cristo (Christotókos). Hablar en Madre de Dios sería, según sus palabras, "justificar la locura de los paganos, que dan madres a sus dioses". 4 María habría dado a la luz al hombre Jesús en el cual el Verbo, el Hijo de Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, habitara como en un templo. O sea, en Jesucristo habría dos personas, una divina y otra humana, y no una sola Persona divina, con dos naturalezas distintas, la divina y la humana, como nos enseña la Doctrina Católica.
De ese enunciado se deducía una serie de proposiciones contrarias a la Fe. En primer lugar, los dolores de la Pasión habrían sido sufridos apenas por la humanidad de Cristo y, por tanto, no podrían satisfacer a Dios Padre con méritos infinitos. Así siendo, no habría propósito en hablar de Redención, pues "ningún hombre, ni aquel más santo, tenía condiciones de tomar sobre sí los pecados de todos los hombres y de ofrecerse en sacrificio por todos". 5
Por otro lado, la expresión "el Verbo se hizo carne" perdería su sentido, pues, por mucho que se afirmase haber en Cristo la unión de dos personas, la divina y la humana, no se podrían atribuir las acciones de la supuesta persona humana de Cristo a su persona divina. Y varios pasajes del Evangelio se tornarían problemáticos, entre los cuales el siguiente: "para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene en la tierra el poder de perdonar los pecados: Levántate -dijo él al paralítico -, toma tu camilla y vuelve a tu casa" (Mt 9, 6). Pues, si fuese apenas una persona humana, el Hijo del Hombre jamás tendría ese poder.
  
   Hasta la llegada de Nestorio, jamás

      ocurriera que alguien pusiese en
  duda en la Iglesia de Constanti-
   nopla la Maternidad de María
   "El Concilio de Éfeso define ser
   María la Madre de Dios" - Basílica
    Nacional de la Inmaculada
     Concepción, Washington
Tampoco se comprendería la respuesta de Jesús al apelo de Felipe - "Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta" -, cuando le dijo: "¡Hace tanto tiempo que estoy con vosotros y no me conociste, Felipe! Aquel que me vio, vio también al Padre. Como, pues, dices: Muéstranos al Padre... ¿No crees que estoy en el Padre, y que el Padre está en mí?" (Jn 14, 8-10).

Se sembraba la discordia en el Oriente católico
De poco sirvieron a Nestorio las caritativas advertencias de sus conciudadanos y hasta de sus hermanos en el episcopado, para disuadirlo del error. Al contrario, el pertinaz Patriarca   condenó públicamente a los opositores de sus ideas y los hizo prender y maltratar, acusándolos de promover el desorden público.
Mientras tanto, una recopilación escrita de las predicaciones de Nestorio se esparcía por las demás Iglesias de Oriente, sembrando la división en el pueblo fiel.
Por el P. Ignacio Montojo Magro, EP
(Mañana: Concilio de Éfeso - María es Madre de la Persona de Cristo)

Notas:
1 ROHRBACHER, René François. Histoire universelle de l'Église Catholique. París: Letouzey et Ané, 1873, t. III, p. 458.

2 El título Theotokos (en latín, Dei genitrix) aplicado a María había sido usado durante mucho tiempo antes de Nestorio. Por
ejemplo, en Oriente por Orígenes, Eusebio de Cesarea, San Atanasio, San Gregorio Nacianceno, San Cirilo de Jerusalén, San Gregorio de Nisa, Dídimo el Ciego, Eustacio de Antioquía; mientras que en Occidente la expresión Mater Dei la utilizaron Tertuliano (De patientia 3) y Ambrosio (Hexaemeron V, 65). Lo más importante aún es que los Padres del siglo II insistieron en la maternidad de Nuestra Señora contra los gnósticos que negaban la humanidad real de su Hijo (Cf. BASTERO DE ELEIZALDE, J. L. María, Madre del Redentor. Pamplona: EUNSA, 2004, pp. 198-199). Un notable ejemplo es el de San Irineo que enfatizaba el hecho de que el hijo de María Virgen es Dios (Cf. SANCTUS IRENAEUS Proof of the Apostolic Preaching n.54.
Westminster (ML): The Newman Press; London: Longmans, Green and Co., 1952, p. 83; Cf. SANTO IRINEU. Contra as heresias. 19, 1-3. São Paulo: Paulus, 1995, pp. 336-338).
Por otra parte, la exégesis muestra que en el texto de Lc 1, 43 - "¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?"- la palabra Señor (kyrios) se aplica a Dios y no solamente al Mesías. "Basta comprobar el inmediato contexto, para constatar que el término kyrios tiene un sentido verdaderamente divino" (BASTERO DE ELEIZALDE, op. cit., p. 198).

3 LLORCA, SJ, Bernardino. Historia de la Iglesia Católica. Edad Antigua. La Iglesia En El Mundo Grecorromano . 8.ª ed. Madrid: BAC, 1996, t. I, p. 525.

4 SCHAFF, Philip. Nicene and Post Nicene Christianity: History of The Christian Church. Whitefish (MT): Kessinger, 2004, v. III, p. 359.

5 CIC 616.