"Hijos de Santa Ana"
El
evangelio de hoy nos acerca a un momento de la vida de Jesús. Está hablando de
Dios a la gente, cerca del lago. El
gentío es grande y pide a Pedro que lo deje subir a su barca para hablar desde
ahí. Cuando termina, lo invita a remar mar adentro para echar las redes. Ahí se
produce la confusión.
Ya habían estado toda la noche trabajando y no habían pasado
nada. Pero en su nombre vuelven a echar las redes. Se produce el milagro. Y,
curiosamente la reacción de Pedro es parecida a la del profeta Isaías en la
primera lectura: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. Pedro se da cuenta
de que Jesús es algo más que un predicador, que un profeta. Jesús es Dios
mismo. No es el Dios en poder de la primera lectura, pero es Dios. Es Dios
cercano, hecho hombre, amable, lleno de compasión y misericordia.
Curiosamente también, Dios actúa del mismo modo tanto en la
primera lectura como en el evangelio: salva, purifica, perdona y envía. El
profeta se sentía perdido e impuro. Pedro se sentía pecador. A los dos, Dios
los recoge, los levanta y los hace colaboradores de su plan de salvación. “No teman, desde ahora serás
pescador de hombres”. Para Isaías y para Pedro, y también para nosotros
que escuchamos hoy estas lecturas, se abre un nuevo futuro más allá de nuestras
limitaciones, de nuestros pecados.
Los textos nos recuerda que somos colaboradores de Dios,
cada uno de nosotros fuimos elegidos, desde nuestro bautismo, (los religiosos y
sacerdotes cuando hemos descubierto nuestra vocación, se ha redoblado esa invitación).
Como vemos en las dos lecturas, Isaías y el evangelio, se
pasa de una situación de frustración a otra de asombro. Cuando Dios actúa en
nuestra vida, en nuestra historia personal, siempre causa asombro, si
recordamos nos sorprendía nuestra propia elección.
Pero, por desgracia en nuestro mundo materialista y
tecnificado estamos perdiendo esta capacidad de asombrarnos. Nos estamos
volviendo materialista, queremos dominarlo todo con un botón, aún las cosas de
Dios. Sin esta capacidad estamos ciegos para dejarnos cautivar por Dios.
La tentación es siempre querer domesticar a Dios para que
haga lo que nosotros queremos y no lo que él quiere. Recordemos que Dios es
siempre original e indomable.
Dios nos provoca no para que nos sorprendamos sino para que
tengamos confianza en él como lo hizo con Isaías y con Pedro, que tengamos
fe, la fe que vence las dudas, que vence nuestra propia indigencia.
Recordemos que la fe es un don de Dios, pero que tiene
necesidad de la cooperación del hombre para crecer. Alejandro Volta decía que: “Considero
la fe como un don sobrenatural de Dios, pero no he dejado de lado ningún medio
humano para reforzarla y aclarar cualquier duda que pudiera ponerla en peligro”.
Interrógate:
Cuando entro en la iglesia y me pongo en la presencia de
Dios, ¿me siento perdido como Isaías o pecador como Pedro? ¿O experimento que
Dios me perdona, me levanta y me hace su colaborar para extender su Reino?
¿Qué significa en mi vida concreta ser mensajero del amor y
la misericordia de Dios?
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