"Hijos de Santa Ana"
La
lectura del evangelio, de este III
domingo de cuaresma, nos invita a redescubrir que Dios no solo es misericordioso, sino también paciente en su misericordia, que no es un acto aislado en
la voluntad de Dios, que quiere salvar.
Jesús
toma las noticias del día, como tantas veces, trágicas, para lanzar una llamada
fuerte, encarecida, a la conversión personal. Es fácil escandalizarse de las
cosas que pasan a nuestro alrededor, pero tenemos de aprender de Jesús, a
leerlas como llamada personal que Dios nos dirige.
Nos
llama la atención que, siendo Jesús galileo, no defienda a sus paisanos ni a
criticar al cruel gobernador Pilatos. Más bien los vincula al accidente que
acaba de costar la vida a dieciocho personas en Jerusalén, para centrar la atención
no en estos hechos, sino en la necesidad de conversión.
A Jesús la interesa,
sin desmerecer la gravedad de los hechos, hacer una invitación a un verdadero
arrepentimiento de su auditorio. Así muestra el evangelista cuales son
las verdaderas prioridades y puntos de vista de Jesús.
De
estos hechos toma pie Jesús para ofrecer, en la parábola, una llamada urgente a
la conversión del mismo pueblo de Dios. Como se ha concedido a la higuera una
última oportunidad, así sigue vigente la invitación de Jesús al arrepentimiento
durante el corto periodo de paciente gracia, que precede al definitivo juicio
de Dios. Es nuestra última oportunidad.
Incluso
más allá de lo que sería razonable, la paciencia de Dios aguarda un año más, a
petición del viñador. Dios no quiere la tala, sino que quiere el fruto.
Así como los frutos de una higuera
son concretos, visibles, así también deben ser los frutos en nuestra vida
cristiana: deben ser concretos, visibles a los demás. No
se trata ciertamente de buscar ser reconocidos, apreciados, aplaudidos,
enaltecidos por los frutos de las buenas obras, sino que se trata de que muchos
al ver tus buenas obras «glorifiquen a vuestro Padre que está
en los cielos» (Mt 5,16). No se trata de alimentar la vanidad
buscando que por tus obras seas alabado, sino de señalar siempre humildemente
el origen de todo lo bueno que tú puedes hacer: Dios.
Podar un árbol es quitarle algo que
no sirve para que dé más de lo que verdaderamente sirve. En este sentido, la
«conversión significa eliminar los obstáculos que se interponen entre Él y
nosotros, entre su gracia y nosotros, y permitir que Su vida se instaure en nosotros…
Vivir de Él y como Él es el fin del cristiano, hasta el punto de que puede
decir con San Pablo: “no vivo yo, sino que es Cristo quien
vive en mí” (Gál 2, 20)».
¿Y
qué frutos concretos espera el Señor de mí? Frutos de servicio y atención a los
miembros de mi propia familia; frutos de perdón y reconciliación con quienes me
han o he ofendido; frutos de solidaridad y caridad con los necesitados; frutos
de generosidad con quien
me pide cualquier tipo de ayuda; frutos de estudio y conocimiento de la propia
fe para poder dar razón de ella a muchos; frutos de un apostolado lleno de
entusiasmo.
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