sábado, 3 de noviembre de 2012

HOMILÍA DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO

"Hijos de Santa Ana"
 
Marcos 12, 28-34. "Amarás al Señor tu Dios... Amarás a tu prójimo como a ti mismo…”

                Muchas veces nuestras predicaciones están destinadas a que las personas se den cuenta de que es muy importante amar a Dios. Y esto es verdad, pero nos olvidamos con demasiada frecuencia que amar a Dios implica primero el sentirse amado por Dios. Si hay personas que todavía no aman a Dios es porque seguramente no se les ha dicho a la cara con seguridad y rotundidad que Dios les ama. Dice la Escritura: “…porque Él nos amó primero…”.
                Es difícil para la persona de nuestro tiempo el descubrir sentirse amado por Dios ya que los múltiples problemas de la vida no dejan ese espacio íntimo donde se produce el encuentro. Vivir en cristiano significa crear diariamente, en cada momento, esa ruta íntima y espiritual que nos conduce al amor del Padre.
                El amar a Dios no es una opción únicamente personal. Yo no amo a Dios porque me lo proponga. Amo a Dios porque Dios ha desvelado en mi vida su amor. No amo a Dios porque sea una decisión que he tomado, sino como respuesta a la grandeza de Dios que está presente en mi vida.
                Hay ocasiones que este mandamiento se ha desvirtuado. Vemos personas que han renunciado a la existencia humana para centrarse solamente en Dios, abandonando incluso los quehaceres materiales; buen ejemplo de ellos tenemos en los Tesalonicenses que pensando en la pronta venida de Dios abandonaron incluso el mantenimiento físico.
                No podemos amar al creador del mundo si no amamos su creación. La creación de Dios es como la tarjeta de presentación del mismo Dios. Cuando la Escritura habla de que “vio todo lo creado y vio que era bueno…” nos está indicando que todo lo creado por Dios está invitado a su grandeza. La creación es un acto de amor de Dios. Siempre en Dios encontramos una propuesta para hacer el bien y sentirnos bien…
                Alejarse del mundo no significa desentenderse del mundo. Alejarse del mundo significa no asumir las propuestas que el mundo nos hace prescindiendo de Dios. No es olvidarse de la creación y de lo creado.
                Hay personas que entienden que ser cristiano es darle la espalda al mundo físico y real, algo así como prejuzgar la creación de Dios como algo malo.
                La creación de Dios ha sido rota una y otra vez por el pecado tanto individual como colectivo. Muchas veces se ha intentado recrear lo bueno pero sin Dios. Tenemos que aprender a amar a Dios en medio del mundo. Recordemos lo que Jesús nos promete: “…yo estoy con ustedes todos los días hasta el final del mundo…” El gran desafío del cristiano es “estar en el mundo sin ser del mundo…”
                Amar a Dios con todo lo que somos es unirse tan íntimamente a Él que nadie podrá apartarnos de su amor.
                “Amarás a tu prójimo como a ti mismo…”
                Al lado de ese amor pleno a Dios, Jesús hace una especie de complemento que ya venía anunciado en el Antiguo Testamento. Amar a Dios es tener presente al prójimo.
                No es amar sólo la creación física de Dios. No es amar la belleza de la naturaleza o las profundidades del mar… La novedad de Jesús es que nos invita a amar a los seres humanos por los cuales dio la vida.
                La naturaleza física (montes, valles, ríos…) no se ha apartado de Dios pero la creación máxima de Dios: el ser humano, sí ha repetido continuamente el abandono del creador. No es extraño ver cómo los seres humanos han intentado infructuosamente crear un mundo sin Dios.
                Lo grande de este texto se centra precisamente en la invitación a amar no sólo a Dios sino a la criatura herida por el pecado. No habla Jesús de que tenemos que amar al que cree en Dios, o al que intenta ser perfecto, ni siquiera al que ama a Dios… Jesús abre el abanico del amor que Dios quiere: un amor generalizado a todo prójimo a toda persona humana sin distinción de ningún tipo.
                Cuando la presencia de Dios se desvanece en el mundo debido a la presencia del pecado, también se debilita el amor al prójimo. Ejemplos en la historia humana los tenemos a miles. A menor presencia de Dios en una sociedad, mayores injusticias para los seres humanos… Esto ocurre incluso a nivel personal. Cuanto más me alejo de Dios se debilitan mis relaciones fraternas con los demás. Si dejo que Dios no sea mi padre, los demás no serán nunca mis hermanos.
                El reino de Dios significa equilibrar estas dos partes del mismo mandamiento. Amando a los demás estoy amando a Dios y viceversa.
                El escriba estaba cerca del reino de Dios porque entendió el mensaje, ahora lo único que le quedaba por hacer es vivirlo.
 
Interrógate:
1. ¿Cuáles son las diferencias entre amar a Dios y al prójimo?
2. ¿Por qué crees que pone Jesús en el mismo plano ambos amores?
3. ¿Qué dificultades tienes para poder vivir ambos amores?
4. Desde tu realidad concreta: ¿Quién es tu prójimo?
5. ¿Qué puede hacer un cristiano para mantener esos dos amores?

No hay comentarios: