sábado, 27 de octubre de 2012

HOMILÍA DOMINDO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO

"Hijos de Santa Ana"
 
Juan 11, 16. "Es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto"
 
        La celebración de la solemnidad de nuestro Señor de los Milagros es una de las fiestas más sentidas de nuestro pueblo. En Lima reúne a miles de devotos que testimonian su fe en la sagrada imagen del Cristo de Pachacamilla.
        Pero contemplar la Imagen del Señor de los Milagros es contemplar el misterio de nuestra redención.
        Dos refranes nos pueden ayudar a comprender, en parte, este gran misterio de nuestra salvación:
El primero dice: "Mirando al mal ya vencido, encuentro la paz que había perdido".
        Esta rima se apoya en la primera lectura: el pueblo había sido muy rebelde, y serpientes mordían a los israelitas. Ellos clamaron al Señor, y el Señor dio una orden muy particular. Le mandó a Moisés que hiciera una serpiente, una serpiente enroscada en un palo. Y cuando alguno era mordido de la serpiente, iba y miraba la serpiente del palo, y quedaba curado.
        ¿Por qué? Porque "mirando al mal ya vencido, encuentro la paz que...".
        Cuando los israelitas miraban la serpiente, quedaban curados. Porque la estrategia de la serpiente es esconderse, y la estrategia del demonio es esconderse, y la estrategia del pecado es esconderse.
                San Pablo dice que, "eso que sucede en las tinieblas, tenemos que sacarlo a la luz, aunque sean cosas que dé pena decir" (Ef. 5, 11)
        En la Cruz de Jesucristo, nosotros miramos a nuestros males. Porque si Cristo fue azotado, es por nuestros males; si se está muriendo de sed, es por nuestros males; si sus manos fueron perforadas, fue por nuestros pecados y nuestros males.
        Pero hay que recordar que nuestros males están en la Cruz de Cristo ya vencidos. Porque sobre Él, cayó todo el diluvio de la maldad de la humana. Contrariamente, de Cristo salió todo un diluvio de la gracia de Dios, de la misericordia del Padre. Sobre Jesús toda la maldad de nuestro pecado, pero Él hizo caer sobre nosotros toda su misericordia.
                Por eso en la Cruz, en las Llagas de Cristo, en el madero empapado en Sangre, yo veo mi mal, nuestros males, pero ya vencidos. Y entonces yo, como los israelitas del libro de los Números, recobro la paz que había perdido.
                Toda la maldad del mundo está ahí, y no puede escapar de ahí, no puede escapar del poder de la Sangre, no puede escapar del palpitar del Corazón del Señor; está vencida.
        El otro refrán dice: En la Cruz de tus dolores, conozco Jesús tus amores".
La Cruz es una señal de dolor, es un instrumento de tortura, pero es, sobre todo, una señal de amor y un instrumento de salvación.
        Lo que era señal de dolor, se convierte en señal de amor. Y lo que era un instrumento de tortura, se convierte en un instrumento de salvación.
                San Pablo decía que, "él no se avergonzaba de la Cruz" (2 Tim. 1, 12) Ahí conozco el amor de Cristo. Claro, si yo me acerco a la Cruz de Cristo, conozco los amores de Cristo. En la Cruz de Cristo puedo ver cómo desfilan todos los dolores del mundo, y por eso puedo ver cómo desfilan todos los amores de Cristo. Ahí están los niños abortados; ahí están las familias divididas; ahí está la angustia del enfermo terminal; ahí está la desesperación del que pasa hambre en nuestras calles; ahí, en la Cruz de Cristo, conozco a todos los que Cristo ha amado como me amó a mí, hasta el extremo.
        En la Cruz conozco los amores, en la Cruz. Y por eso la Cruz es sanadora.
        Benedicto XVI, nuestro Papa, cuando nos habla de nos dice: "con el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, Dios desciende hasta el fondo de nuestra humanidad, para volverla a llevar hacia Él, para elevarla hasta que alcance su altura. La fe es creer en este amor de Dios, que nunca falla ante la maldad de los hombres, ante el mal y la muerte, sino que es capaz de transformar todas las formas de esclavitud, brindando la posibilidad de la salvación".
        Señor de los Milagros, Bendicenos.


sábado, 20 de octubre de 2012

HOMILÍA DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO

"Hijos de Santa Ana"
 
Marcos 10, 35-45. "El hijo del hombre vino para dar su vida en rescate por una multitud"
 
 
 
NO SABEN LO QUE PIDEN, dice Jesús:
        Resulta poco sorprendente la manera de dirigirse a Jesús por parte de los apóstoles, se nota un tono prepotente, egoísta y maleducado. Una petición cargada de deseo de ser el más importante, el primero, de mandar más que los otros y estar por sobre los demás.
        Y la doble respuesta de Jesús pone las cosas en su sitio. Y podemos dividir nuestra reflexión en tres puntos:
        PRIMER PUNTO: ¿No nos parecemos mucho a los discípulos en nuestra manera re rezar? Cuando nos dirigismo al Señor también decimos: queremos que nos concedas, queremos que hagas… lo que te pedimos.
        También nosotros somos exigentes, prepotentes, egoístas, interesados. Queremos que el Señor haga nuestra voluntad, siempre y por encima de todo. Y cuando no es así, nos enfadamos con Él, le echamos las culpas de todo, nos alejamos de Él… Y aunque no sepamos o no queremos escuchar, nos dice: No saben lo que piden…
        Necesitamos revisar nuestra forma de rezar y nuestra actitud ante el Señor. Tal vez nos falta humildad, paciencia y confianza, porque Él sí sabe lo que necesitamos y nos lo concede en el momento oportuno.
        SEGUNDO PUNTO: El primero, el más importante, no es el que más manda, sino el que más sirve.
        No hace falta repetir lo que comentamos hace pocos domingos: que para el Señor la medida del amor por los demás es el servicio. Y siempre hemos de estar dispuestos y disponibles a realizarlo.
        Quizás hoy deberíamos revisar la calidad de nuestro servicio: si lo hacemos por obligación, a la fuerza, renegando, de mala gana y con malas formas, o poniendo el corazón y toda nuestra bondad en cada una de nuestras palabras y nuestras obras.
        Un servicio mal hecho, hecho sin el corazón, no es presencia del amor de Dios, no hace que el otro se sienta amado y agradecido. El servicio hecho con amor, con el corazón, genera amor y gozo en quien lo recibe y siente cercano a Dios. Esto nos lleva a interrogarnos, ¿Cuál es la calidad de nuestros servicio?
        TERCER PUNTO: Servicio hecho con amor, con el corazón, es el que hace también los misioneros, manifestando su preocupación por le bienestar y la atención a las necesidades de aquellos  que quienes conviven, hacen presente el amor a Dios y ayudan a descubrir que todos somos hermanos e iguales en dignidad. El domingo de las misiones nos debe hacer tener presente a aquellos que trabajan en países lejanos por construir un mundo que Dios quiso y hablar de Jesús a quienes no le conocen, para acompañarles con nuestra oración y con la solidaridad del apoyo material que necesitan para realizar sus proyectos. Evangelizar es una tarea de todos.
        Precisamente nuestro Papa, Benedicto XVI nos recuerda en el documento Porta Fidei, a n° 7: «Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un mandato que es siempre nuevo. Por eso, también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe»
        Reflexionemos:
.- ¿Crees que Jesús escogió el mejor camino para salvarnos (hacerse servidor de todos)?
.- ¿Te preocupas de verdad de hacer fieles a los que te rodean, especialmente a tu familia y a tus amigos?
.- ¿Crees que esa es la mejor forma que tienes de dar testimonio de Jesús?

sábado, 13 de octubre de 2012

HOMILIA DEL DOMINDO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

"Hijos de Santa Ana"
 
Mc. 10, 17-30. "Vende lo que tienes y sigueme".
         Este texto nos muestra el encuentro de Jesús con un personaje muy especial: es muy ansioso, (llega corriendo y se tira de rodillas), es alguien rico a quien su riqueza no le alcanza para ser feliz, él quiere que Jesús le diga como conseguir lo que no puede comprar: “vida eterna”; es alguien bueno, que cumple los mandamientos, pero no se conforma con eso, quiere algo más. Jesús lo mira con amor, como a todos nosotros, y le dice lo que le falta hacer: dejar de pensar en sí mismo, ocuparse de los demás y confiar en Dios.
         Para un judío, “vida eterna” no quiere decir lo mismo que para nosotros, no está hablando de la vida con Dios, de “irse al cielo”; “vida eterna” es la seguridad de que esa vida que ya tiene sea para siempre. Como les ocurre a todos los ricos, su inquietud es la posibilidad perder lo que tiene.
                   Jesús lo va a desilusionar. En lugar de “vida eterna” el Señor le propone seguirlo a él, o sea, le propone lo que el pobre hombre rico no está buscando: inseguridad, vida no-eterna, frágil, peligrosa.
         Basta con encender la televisión para oír que seré más feliz si compró un carro tal o que la solución a todos mis problemas me lo ofrece tal empresa.
         Si hiciéramos caso a todos las ofertas de felicidad que nos ofrecen los medios de comunicación, nuestra vida sería más feliz, pero sabemos que realidad es muy diferente. Para muchas personas la vida es difícil, muy difícil. En el trabajo, en la casa, en el colegio, universidad. Cuando aparecen los problemas, sin avisar; una enfermedad, una muerte, un miembro de la familia que se va del hogar… a todos nos gustaría la respuesta mágica  que convierta nuestra vida en remanso de paz, sin nada que preocuparnos, lejos de los problemas, de tanto trabajo, de tanta fatiga para ser feliz.
         La primera lectura nos habla de una personas que se vuelve hacía Dios para pedir la sabiduría. en vez de encender la televisión o embelesarse en internet, o pegare a la radio, pone su corazón en Dios y suplica la sabiduría. Esa persona sabía lo que se hacía. Sabía que la sabiduría es más importante que el poder y la riqueza. Incluso que la salud y la belleza. Porque una persona sabía, sabe como ser feliz y vivir en plenitud en medio de los acontecimientos de la vida ordinaria. Lo que para otros son grabes problemas, para el sabio son apenas ocasiones para amar más, para mejorar sus relaciones, para abrirse a nuevas realidades. En definitiva, para vivir mejor.
         En evangelio cuenta una historia que habla también de la sabiduría. Un hombre se acerca a Jesús. Este preocupado por alcanzar la vida eterna. Y pregunta a Jesús que debe hacer. Ya cumple los mandamientos. Todos, Jesús le abre nuevos horizontes. Si quieres de verdad ser feliz, poseer la vida eterna, tienes que dejarlo todo, quedarte sin nada y centrarte en lo único que vale la pena: Seguir a Jesús. Es un gran desafío, porque para alcanzar la verdadera sabiduría hay que saber relativizar todo lo que se tiene. No se encuentra la vida en las cosas que se poseen, ni en cumplir todos los mandamientos. La verdadera sabiduría esta en reconocer que todo es un regalo, un regalo que Dios nos hace. Y solo cuando nos volvemos a él  con las manos vacías.
         Hay muchos que están preocupados por las cosas que tienen, sus apegos, materiales, sus ideas, su forma de vivir la vida. Pasan el día pensando como tener más o como cuidarlas. José Benigno Freire, profesor de Psicología de la personalidad en la Universidad de Navarra, escribió un libro llamado “la felicidad inadvertida” en la cual decía entre otras cosas: “Hay que convencerse que lo única felicidad razonable, real, es la que permite disfrutar de la vida, con sus alegrías y bonanzas, en el espacio realista de los problemas, enfermedades, fracasos, dificultades, obstáculos… Todo lo demás pertenece al terreno de la fantasía.”
         Dejemos que Cristo nos enseñe el verdadero camino de la felicidad, esa que decía que “hay más alegría en el dar que en el recibir”.
         ¿Dónde cree que está la verdadera felicidad’ ¿Qué caminos has recorrido hasta ahora para buscarla? ¿Cuáles han sido los resultados de tus esfuerzos? ¿Tienes el corazón libre para comprometerte por el Reino como nos invita Jesús?


domingo, 7 de octubre de 2012

DOMINDO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO

"Hijos de Santa Ana"
 
Mc. 10, 2-16 "Que el hombre no separe lo que Dios a unido"
      Las estadísticas que un día y otro aparecen en los medios de comunicación dicen que el número de divorcios va en aumento, y que los matrimonios cada vez duran menos años. Es un problema muy de nuestros días este de la fidelidad y la estabilidad en la unión matrimonial.
      La realidad es que el hombre ha tratado mal a la mujer muchas veces. Durante siglos  el hombre no ha considerado a la mujer como su igual. A lo más una compañera de cama, pero no alguien digno de situarse a su mismo nivel, con quien poder dialogar. El hombre se ha sentido dominador y ha visto a la mujer como una más de sus pertenencias, uno más de los objetos a su disposición. En nuestros días hay muchos hombres todavía que tratan a las mujeres como objeto de placer o como esclavas que deben tener limpia la casa y preparada la comida, pero a las que no hay que dejar decidir, ni pensar, ni tomar decisiones por sí misma. Eso sucede en muchos países, pero también en el nuestro. Los malos tratos, los abusos, las violaciones son signos de esa realidad. Hay mucho sufrimiento, a veces callado y en silencio, entre las mujeres muchas familias.
      Jesús nos invita a remontarnos hasta la misma creación. Para darnos cuenta de que al principio no fue así. Dios creó al hombre y mujeres iguales. Son carne de la misma carne. Pero eso la mujer no puede ser una posesión más del hombre como quien tiene un carro o una casa. En la primera lectura, escuchamos como el hombre recibe el encargo de Dios de poner nombre a los animales. Y lo hace, pero se da cuenta de que no están a su nivel. Son animales, no personas. Es al encontrarse con la  mujer, formada a partir de si mismo, cuando dice: ¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! En la mujer el hombre se reconoce y en el hombre la mujer se reconoce. Los dos se necesitan mutuamente para engendrar hijos pero también para ser felices, para vivir en la plenitud del amor a la que Dios nos ha llamado.
      El matrimonio no es un producto de usar y tirar; pero tristemente hoy vemos cómo muchas parejas se casan sin haber alcanzado la madurez necesaria para vivir la vida matrimonial. Quizás no han comprendido todavía que cada matrimonio tiene una importante labor que expresar con su vida diaria: la de ser signo manifiesto y claro del amor de Cristo por su Iglesia.
      Hoy que hay tantos divorcios, que la familia parece estar en crisis. Jesús nos invita a volver al principio, a redescubrir la voluntad original de Dios y a intentar hacerla realidad en cada una de nuestras familias. De esa manera cada matrimonio, cada familia, se convertirá en un signo del amor con que Dios nos ama a todos, núcleo donde la vida se crea diariamente en el amor.
      Oración:
      “Señor, da la gracia de la fidelidad a los que se han unido en matrimonio; concédeles que se sientan realmente una sola carne, que vivan el gozo de pertenecerse el uno al otro a pasar de todo y sepan superar las dificultades que amenazan el amor”.