sábado, 19 de octubre de 2013

DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO


"Hijos de Santa Ana"

 San Lucas 18, 1-8. "Oren sin desanimarse"
En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario.” Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.”»
Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?»

REFLEXIÓN.
En el camino a Jerusalén, Jesús sigue instruyendo a sus discípulos, esta vez sobre la oración. Hay muchas maneras de rezar. La mayoría de nosotros hemos aprendido a rezar repitiendo oraciones de otros, de santos y santas, de grandes místicos y personas espirituales que nos han dejado en esas oraciones su experiencia de Dios. Ya sabéis que Jesús sólo nos enseñó una oración, el Padre Nuestro. Esa oración resume todo aquello que necesitamos pedir para ser felices y es la oración por antonomasia, porque viene del mismo Jesús. Pero las demás, las que repetimos nosotros, no dejan de ser “oraciones de otros”.
Y no pasa nada porque las recemos, pero ¿es que nosotros no tenemos nuestra propia experiencia de Dios? No se trata ahora de ponernos a componer oraciones, sino de caer en la cuenta de que rezar es algo más que repetir oraciones. Rezar es hablar con Dios, como hablo con un amigo. Y con un amigo no uso “fórmulas” o “frases hechas”, sino que le hablo desde mi corazón y le cuento lo que llevo en él. Rezar es contarle a Dios lo que llevo en el corazón, lo que me pasa a mí día a día.
En segundo lugar, la oración no es un monólogo, sino un diálogo. No se trata de que hablemos nosotros solos, sino que también hay que escuchar. Y, por lo tanto, Dios también nos escucha, aunque esto a veces no lo tenemos del todo claro. En la primera lectura vemos como el pueblo de Israel sigue teniendo dificultades para confiar en que Dios sigue acompañando su camino y escuchando sus oraciones, a pesar de que Dios sigue dando pruebas evidentes de ello: “mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la tenía baja, vencía Amalec”. Estas dificultades también son las nuestras, cuando pensamos que Dios no nos da lo que le pedimos, que no nos escucha, que no se acuerda de nosotros, que nos ha abandonado… Por eso Jesús da razón de la parábola que nos cuenta hoy: es “para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse”. Ya hemos visto la importancia de mantener una relación con Dios, como con un amigo. Y también caemos en la cuenta de que nuestra oración ha de ser continua y constante. Todo lo que nos pasa en nuestra vida, bueno y malo, puede y debe pasar por el diálogo con Dios, que no permanece indiferente ante nuestras alegrías y penas. Pero además, en nuestra oración, no hemos de perder la esperanza, aunque pensemos que Dios no está haciendo nada. Quizá es que no estamos pidiendo bien.

Podríamos preguntarnos ¿qué es lo que pedimos cuando rezamos? ¿Pedimos sólo para nosotros, para nuestro interés y beneficio? ¿Tenemos en cuenta las necesidades de nuestro alrededor y a los necesitados? El Evangelio nos presenta a una pobre viuda, muy vulnerable socialmente por no tener el amparo de un hombre en una sociedad marcadamente patriarcal, pero que no deja de pedir una y otra vez. Pero, ¿qué pide la viuda? Pide JUSTICIA. Y Dios siempre está dispuesto a hacer justicia, sobre todo a los más necesitados, a los que son precisamente las víctimas de la injusticia. Hoy podemos preguntarnos si lo que pedimos en nuestra oración es JUSTO para todas las personas, o sólo nos beneficia a nosotros. Dios nos escucha a todos y sabe lo que necesitamos cada uno. ¿Confiamos en Él? La enseñanza de la parábola es clara: si un juez malo es capaz de hacer justicia, aunque solo sea por la pesadez de la viuda y para que esta no le moleste más, ¿cómo no escuchará Dios, que es Padre y misericordioso, a los que le piden con constancia y sin perder la esperanza?
Hoy el Evangelio nos enseña que orar es pedir justicia y también comprometerse para que esa justicia se aplique en las situaciones de injusticia. Y también que nuestra oración necesita una gran dosis de fe y de esperanza: fe en que Dios nos escucha y esperanza en que nos dará lo que más necesitamos. Al final del evangelio, Jesús pregunta si encontrará esa fe en la tierra, en nosotros.
La Eucaristía es una gran oración en la que damos gracias a Dios por Jesucristo que ha entregado su vida para hacer justicia a favor de los más necesitados de nuestro mundo, y también por todos y cada uno de nosotros, especialmente por los misioneros y por los que trabajan por causa de Cristo. Por eso “es justo y necesario” darle gracias, es “nuestro deber y salvación”. Celebremos la Eucaristía y demos gracias a Dios que escucha nuestras oraciones y está atento a nuestras necesidades.

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