sábado, 7 de julio de 2012

DOMINGO XIV - TIEMPO ORDINARIO

         El profeta no es quien predice el futuro. Los adivinadores no son profetas y la mayor parte de las veces suelen equivocarse. El profeta no dice lo que va a suceder, sino que vive y actúa de manera de manera que las cosas sucedan de otra forma. Tiene un estilo de vida diferente y provocativa.
         Decía que profeta no predice el futuro sino que nos abre a un nuevo futuro y nos invita a entrar en él. En nuestras manos esta el escuchar y entrar por ese camino nuevo o rechazarlo. Pero siempre, por el terremoto que suscita su palabra y su presencia en nuestras vidas, sabremos que hubo un profeta entre nosotros.
         Así fue el profeta Jesús. Cuando volvió a su pueblo, la gente no hacia más que preguntarse y admirarse. Algo nuevo había en aquel hombre al que todos habían conocido de niño. Las palabras de Jesús estaban dichas con autoridad. Traían la novedad consigo. Hablaba de Dios como quien lo conocía de cerca y lo trataba de imitar. Ofrecía una esperanza nueva para los que vivían en una lucha diaria simplemente para llegar al día siguiente. Pero escuchar sus palabras obligaba a salir de esa vida rutinaria y habitual. Las palabras de Jesús sacaban de sus casillas a la gente que lo escuchaba. Los hacía sentirse incomodos. Su pueblo prefirieron encasillarlo, pensar que estaba loco, que lo decía no tenía sentido, que era imposible que dijese algo con sentido el que no era más que el hijo de María, el carpintero. Por eso Jesús no puede hacer allí ningún milagro. No se abrió ningún futuro nuevo para los habitantes de Nazareth. Ellos mismos se cerraron al camino.
         Hoy no faltan profetas, hombres y mujeres de Dios, que se esfuerzan día a día, en el cotidiano, en la rutina de cada día de hacer presente el proyecto de Dios sobre la humanidad. Otra cosa diferente es que los escuchemos. Tampoco los aceptamos como tales. Sencillamente porque los conocemos. Utilizamos el mismo argumento que usaron los paisanos de Jesús. Y nos cerramos a las nuevas posibilidades, caminos y esperanza que Dios nos abre a través de ellos. Por eso que los profetas son hombres y mujeres animados por el Espíritu Santo. Marcan la diferencia, nos sacan de nuestro letargo, nos hacen intuir formas nuevas de vivir, más humanas, más fraternas, más libres, más justas. En ellos reside la fuerza de Cristo; puede ser un papá, puede ser una mamá que viven con heroísmo y abnegación el cuidado de los hijos, una esposa un esposo que viven con fidelidad y perseverancia el amor esponsal de Cristo con su Iglesia en una humanidad que vive un erotismo desenfrenado, encadenados solo a su instinto animal.
         Pueden ser jóvenes que dan sabor de evangelio su alegría juvenil, su búsqueda de sentido, que siente que su vida en este mundo tiene un propósito maravilloso que buscan de contagiar esta alegría, con humildad y sencillez. No son santos de altar. Pero, como dice san Pablo en la segunda lectura, casi seguro que han aprendido a vivir con ellas y a gloriarse en Cristo y no en sí mismos. Por ellos habla el Espíritu. Si no los escuchamos, ¡qué pena para nosotros!

(P. Patricio Moraleda HSA)

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