A Jesús no le basta enseñar a la gente. Él no quiere ser un maestro que se
conforma con dar su mensaje y luego se desentiende de los demás. Por eso no le
gusta que la gente se quede sin comer. Pero también quiere estimular a sus
discípulos para que sean sensibles y generosos con la gente. Es por esa razón
que les pregunta: “¿Dónde compraremos pan para darles de comer?” (Jn. 6, 5)
Los apóstoles
ofrecieron a Jesús los panes de un niño, y esa fue la base del prodigio. Así se
nos enseña que cuando nos dejamos usar por la fuerza del amor y ofrecemos lo
poco que tenemos, hay pan para todos, y sobra. Pero si algunos se dejan llevar
por el egoísmo, el pan se acumula en pocas manos y ya no hay pan para todos.
Cuando nos
indigna la injusticia y la corrupción, cuando nos duele la angustia de la gente
sometida, marginada, excluida, mientras
otros hacen fiesta y acumulan, despilfarran su vida y juventud en
trivialidades. Dios nos invita a ofrecer lo poco que tenemos. Él ha querido
necesitar nuestros pequeños panes, nuestro tiempo, nuestro afecto, nuestra
gentil atención. Con todo lo que podemos dar, aunque sea poco, Jesús puede
hacer algo grande.
Hay que reconocer
que los problemas económicos, sobre todo cuando tantas diferencias sociales,
son en realidad problemas de amor, son el reflejo de una gran incapacidad de
amar y de compartir. Pero cundo el pan se comparte y se reparte, se convierte
en una forma de encuentro que es un anticipo del cielo, y alcanza para todos.
Recordemos que
Juan no nos habla de la institución de la Eucaristía, como lo hacen los
sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) pero si dedica todo el capitulo seis al
discurso del pan de vida. Estos panes
que se multiplican es la Eucaristía que es siempre pan para todos. Nadie se ve
privado de ella por falta de dinero. Alcanza para ricos y pobres, sin hacer
distinción de persona. Solo aquella que se privan de este pan por propia
voluntad al no querer desistir de sus pecados.
(P. Patricio Moraleda HSA)
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