Pensamos en los profetas como personas un poco radicales. Su palabra la imaginamos siempre dura, llevándonos a decisiones extremas y dolorosas. Pero no es así. Los discípulos fueron enviados por Jesús a predicar el Reino de Dios, es decir, que todos los hombres y mujeres están llamados a formar parte de la familia de Dios, que todos son de hechos ya hijos e hijas de Dios, que todos son objetos del amor misericordioso y compasivo de Dios, más allá de las fronteras, de las culturas, de las lenguas e, incluso, de las religiones. Ese es el gran mensaje profético de Jesús. Eso es lo que nosotros, discípulos de Jesús en el siglo XXI debemos predicar. Somos profetas al servicio de la reconciliación y de la unión en el seno de la familia de Dios. No somos profetas de desgracias ni de divisiones, sino de encuentro y de fraternidad.
La primeras y segunda lectura iluminan este aspecto de nuestra misión. En la primera lectura, Dios se dirige a los líderes del pueblo. No han cuidado del rebaño, lo han olvidado, lo han dispersado. Por eso, Dios anuncia que va a reunir a las ovejas dispersas, que va a poner pastores que cuiden del rebaño lo mantengan unidos. Termina la lectura con el anuncio de la llegada de un rey pastor que hará justicia al rebaño. Es la justicia de Dios que consiste en dar a cada uno no lo suyo, sino todo lo que necesita para crecer, para realizar, para desarrollar en plenitud este don inmenso que Dios mismo nos ha regalado, que es la ida. Y la carta a los Efesios habla de Cristo como el eje sobre el que se reconcilian los dos pueblos que estaban separados: el mundo judío y el mundo pagano. Era la gran división que se vivía en los tiempos de Jesús. Por una parte los que se sentían propietarios de las promesas de Dios, por otra los que estaban excluidos. Había incomprensión y enemistad entre los dos pueblos. Había una gran separación. La misma lectura afirma que Jesús ha reunido por su sacrificio los dos pueblos, ha derribado el muro que los separaba y que estaba hecho de odio, ha hecho las paces entre los dos, ha creado un nuevo pueblo, ha traído la paz.
A nosotros nos corresponde continuar su misión y ser profetas al servicio de la reconciliación. En el mundo y en nuestro pueblo, en nuestro barrio y en nuestra familia. Cada vez que logramos que alguien se concilie, estamos siendo cristianos de verdad. Es significa ser cristianos: ser creadores de perdón, de fraternidad, de reconciliación.
Es lo que se llama la “espiritualidad de la acción”, que nos impide separar demasiado la oración del servicio. Si uno se entrega con amor sincero y con gran confianza en el Señor, la entrega no cansa tanto. Si además de eso, no luchamos solos y nos unimos con otros, codo a codo, afecto sincero, la comunidad nos dará una fuerza que nos ayudará a seguir adelante en medio de todos los cansancios.
(P. Patricio Moraleda HSA)
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