jueves, 27 de diciembre de 2012

DIMINGO IV DE ADVIENTO

"Hijos de Santa Ana"

 Lucas 1, 39-45. ¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Por qué me ha acontecido esto a mí, que la madre de mi Señor venga a mí?
                                                 María reconoce humilde y agradecida las maravillas que Dios hace en ella que se siente pequeña, pero que sabe que Dios la está haciendo grande cuando la hace su madre.

                Su vida es todo un cántico de alabanza y de acción de gracias por las maravillas que en ella Dios realiza. Se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava… el Poderoso ha hecho obras grandes en mí y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación…’ 

                Sabe y reconoce María las maravillas que Dios en ella realiza, pero sabe María que a través de ella, en el hijo que lleva en sus entrañas que es el Hijo de Dios, se va a manifestar la misericordia y el amor del Señor para todos los hombres.
                        María se siente transformada por Dios; es la pequeña que Dios hace grande, pero es la señal de la transformación que Dios quiere realizar en todos los hombres con el Reino de Dios que en Jesús se va a constituir y realizar.

                        Es el signo, es la señal que contemplamos en la visita de María a Isabel que es la visita de Dios a la humanidad para ofrecerle la salvación. Es lo que hoy nosotros celebramos pero es lo que queremos vivir. Celebrar la visita de María a Isabel es recibir también nosotros esa visita de Dios a través de la contemplación de María. Es comenzar nosotros a sentir también en nuestra vida esa gracia y esa salvación que llega a nosotros, dejando que nuestro corazón también se transforme y se llene de vida y de gracia.

                Los efectos de la encarnación en María es el servicio. María se olvida de sí misma y acude con prontitud en ayuda de Isabel. El primer gesto de María tras acoger la palabra es ponerse en camino y marchar a aprisa.

                Unos de los rasgos más característicos de la fe en Dios es saber acudir junto a quien está necesitado de nuestra presencia. Una manera de amar que debemos recuperar en nuestros días consiste en acompañar a vivir a quienes se encuentran hundidos en el dolor, los problemas…

        Estamos formando una sociedad que está hecha para los fuertes, los agraciados, los jóvenes, los sanos, los triunfadores… Procuramos rodearnos de personas simpáticas y sin problemas que no pongan en peligro nuestro bienestar, convirtiendo el amor en un intercambio mutuo de favores.

                No se nos pide hacer milagros ni cosas "sorprendentes", sino poner nuestra disponibilidad al servicio de quien lo necesita.

                Quizás, sencillamente ofrecer nuestra amistad a ese vecino hundido en la soledad y la desconfianza, estar cerca de ese joven que sufre depresión nerviosa, tener paciencia con ese anciano que busca ser escuchado por alguien, estar junto a esos padres que tienen a su hijo en la cárcel, alegrar el rostro de ese niño solitario marcado por la separación de sus padres.

                El compartir estas cosas es una expresión de nuestra fe cristiana y hace brotar la esperanza en el hermano que sufre.

Para la reflexión personal:
        ¿Qué puedo hacer en este último domingo para preparar la Navidad?
        ¿La voy a vivir gozoso desde la fe o con la alegría del consumo de cosas superfluas?
        ¿Cómo puedo bendecir a los que están a mi lado, a mi familia, a mis amigos, a mi comunidad?

Oremos:
        Espíritu Santo, derrama en mi vida un poco de esa alegría desbordante que llena el corazón de María.

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