domingo, 17 de noviembre de 2013

Domingo XXXIII del tiempo ordinario. C

"Hijos de Santa Ana"


Evangelio según San Lucas 21. 5-19

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo. «Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.» Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?» Él contestó: «Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: "Yo soy", o bien: "El momento está cerca; no vayáis tras ellos.
Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida.» Luego les dijo: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio.
Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.»


REFLEXIÓN

"Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas"


"Jesús les dijo: Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido". Ellos le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va a suceder?". Jesús respondió: "Cuidado con que nadie os engañe, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: 'Soy yo', y también: 'El tiempo está cerca'. No vayáis tras ellos”.

            Nos acercamos al final del año litúrgico. La liturgia de la Palabra nos propone para este domingo textos escatológicos - apocalípticos. En el evangelio de hoy, Jesús anuncia la destrucción de Jerusalén, que tuvo lugar en los años 70, y marca el fin del mundo. Jesús, sin embargo, no indica las fechas exactas  o " señales de advertencia". Las guerras, revoluciones, desastres naturales, el hambre, la peste, las persecuciones – son los signos actuales en cada tiempo y en cualquier momento. Como la hora del fin de la vida en la tierra  no se conoce,  los cristianos debemos estar siempre listos y preparados. Tenemos que vigilar, demostrar valor, lealtad y no andar detrás de las sugerencias de varios profetas falsos o videntes. 

            Vivir en una perspectiva escatológica conduce a la libertad. Sabemos que todo es relativo y transitorio, y “nuestra patria está en los cielos” (Flp 3, 20). Por tanto, no debemos tener demasiado miedo y preocupación por la realidad temporal. Más bien, deberíamos estar siempre “en el camino” y vivir  “con las maletas hechas”.  No debemos absolutizar al mundo y sus valores, mas bien hacer todo desde nuestra libertad interior. Estar  siempre libres, disponibles, listos para partir. Creo que esta frase debe calar profundamente en el corazón de cada discípulo de Jesús.
           
       Por otro lado, vivimos un momento muy  concreto de la historia en nuestra sociedad. No podemos ni debemos huir de ella, permaneciendo en ilusiones y sueños. Esa actitud no  es evangélica. Jesús no quiere que vivamos lejos del mundo, que huyamos del mundo, sino para que vivamos en él, transformándolo desde nuestro interior, desde la justicia, la paz, la misericordia y el amor.
          
        Vivir el Evangelio cada día es difícil y requiere coraje. Esperemos que Jesús no exija de nosotros que seamos sus testigos  “por la sangre”, por el martirio. Pero sin duda, Jesús quiere que vivamos diariamente el Evangelio y que este “diariamente” sea nuestro mejor testimonio de fidelidad a Dios y a nuestra propia conciencia.  Cuando vienen las dificultades y las crisis  y no sale nada, cuando fallamos en el trabajo y en la vida personal, cuando somos incomprendidos y rechazados, también en la propia familia, cuando nos vienen dudas de fe, debemos tener la misma fidelidad a Dios y a nosotros mismos.  A veces, esta vida la sentimos como un “verdadero martirio”.
Algunas preguntas para tu reflexión:

  • - ¿Qué sentimientos se producen en mí al pensar en el fin del mundo?
  • - ¿Me dejo llevar por las novedades, dudosas profecías y revelaciones?
  • - ¿Huyo de la realidad a la ilusión?
  • - ¿Que es para mí  “el mayor martirio”? ¿Cómo lo experimento?
  • - ¿Tengo la esperanza y el coraje de Jesús?

domingo, 10 de noviembre de 2013

Domingo XXXIII del tiempo ordinario C

"Hijos de Santa Ana"

Evangelio según san Lucas 20, 27-38.

“No es Dios de muertos, sino de vivos”

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.» Jesús les contestó: «En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.»

REFLEXIÓN.


La gran lección que el Señor nos ofrece en el evangelio de hoy es la certeza de la resurrección. Anticipa, por tanto, su propia experiencia de vivir en plenitud al dejar este mundo en la respuesta rotunda que da a los saduceos cuando le preguntan qué sucederá después de morir. La resurrección del Señor es solidaria y anticipa nuestra propia resurrección.
La idea central del texto del evangelio que leemos es: ”Dios no es de muertos sino de vivos, porque para Él todos viven” (Lc. 20, 38). Las palabras de Jesús nos llenan de optimismo y alegría. La partida hacia la eternidad no es a un vacío sin sentido, a una nada absoluta, sino al encuentro con Dios que nos acoge con sus brazos de misericordia y perdón y con aquellos hermanos y amigos nuestros que nos precedieron en el signo de la fe, que confiaron igualmente en Dios, y que ahora descansan en el sueño de la paz.
La forma de vivir “el más allá” es un misterio inabordable para la mente humana. Sin embargo, eso no nos debe preocupar mucho y menos angustiar. Debemos vivir a plenitud en el presente porque el Dios verdadero es siempre fuente y defensa de la vida. No es un Dios destructor, sino un Dios que crea la vida, la sostiene y la lleva a su plenitud.
Para alcanzar la vida eterna debemos permanecer en este mundo como si ya la viviéramos, en estado permanente de encuentro vivencial con el Señor resucitado. Relativizar nuestros miedos, dominar nuestras angustias, revitalizar la esperanza, serán actitudes fundamentales que deberemos tener presente para que el Señor de la Vida influya decisivamente con su gracia y espíritu. Luchar contra la cultura de la muerte, defender la vida desde el instante de la concepción hasta que el Señor nos llame son también llamadas de atención a la luz del mensaje que el Señor nos exhorta en el evangelio.
Frente a la angustia de quien no ve sentido ni salida a esta vida; frente a la forma de vivir de quienes piensan que la muerte cierra el paso a la vida, los cristianos tenemos que testimoniar la certeza y la esperanza de la vida con Dios tanto en el presente como en la eternidad.

Domingo XXXI del tiempo Ordinario C

"Hijos de Santa Ana"

Evangelio según san Lucas 19, 1-10. 

"El Hijo del hombre vino a buscar y salvar lo que estaba perdido"

En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: «Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.» Él bajó en seguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.» Pero Zaqueo se puso en pie y dijo al Señor: «Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.» Jesús le contestó: «Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahám.
Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.»

REFLEXIÓN.


"Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles; que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas” (Sal 145, 10-11) (…).
El fragmento del Evangelio de San Lucas, que la liturgia nos propone para meditar en el trigésimo primer domingo durante el año, recuerda el episodio que tuvo lugar mientras Jesús estaba atravesando la ciudad de Jericó. Fue un acontecimiento tan significativo que, aunque ya lo sabemos de memoria, es preciso meditar otra vez con atención en cada uno de sus elementos.
Zaqueo era no solo un publicano –igual que lo había sido Leví, después el apóstol Mateo–, sino un “jefe de publicanos”, y era muy “rico”. Cuando Jesús pasaba cerca de su casa, Zaqueo, a toda costa, “hacía por ver a Jesús” (Lc 19, 3), y para ello, por ser pequeño de estatura, ese día se subió a un árbol (el Evangelista dice “a un sicómoro”), “para verle” (Lc 19, 4).
Cristo vio de este modo a Zaqueo y se dirigió a él con las palabras que nos hacen pensar tanto. Efectivamente, Cristo no solo le dio a entender que le había visto sobre el árbol (a él, jefe de publicanos, por lo tanto, hombre de una cierta posición), sino que además manifestó ante todos que quería “hospedarse en su casa” (cf Lc 19, 5). Ello suscitó alegría en Zaqueo y, a la vez, murmuraciones entre aquellos a quienes, evidentemente, no agradaban estas manifestaciones de las relaciones del Maestro de Nazaret con “los publicanos y pecadores”.
Esta es la primera parte de la perícopa, que merece una reflexión. Sobre todo, es necesario detenerse en la afirmación de que Zaqueo “hacía por ver a Jesús” (Lc 19, 3). Se trata de una frase muy importante que debemos referir a cada uno de nosotros aquí presentes, más aún, indirectamente, a cada uno de los hombres. ¿Quiero yo “ver a Cristo”? ¿Hago todo para “poder verlo”?
Este problema, después de dos mil años, es tan actual como entonces cuando Jesús atravesaba las ciudades y los poblados de su tierra. Es el problema actual para cada uno de nosotros personalmente. ¿Quiero yo ver a Cristo? ¿Quiero verdaderamente? ¿O quizás, más bien, evito el encuentro con él? ¿Prefiero no verlo, o prefiero que él no me vea, al menos a mi modo de pensar y de sentir? Y si ya lo veo de algún modo, ¿prefiero entonces verlo de lejos, no acercándome demasiado, no poniéndome ante sus ojos, para no llamar la atención demasiado…, para no tener que aceptar toda la verdad que hay en él, que proviene de él, de Cristo?
Esta es una dimensión del problema que encierran las palabras del Evangelio de hoy sobre Zaqueo. Pero hay también una dimensión social. Tiene muchos círculos, pero quiero situar esta dimensión en el círculo concreto de vuestra parroquia. Efectivamente, la parroquia, es decir, una comunidad viva cristiana, existe para que Jesucristo sea visto constantemente en los caminos de cada uno de los hombres, de las personas, de las familias, de los ambientes, de la sociedad. Y vuestra parroquia (…), ¿hace todo lo posible para que el mayor número de hombres “quiera ver a Cristo Jesús” como Zaqueo? Y además, ¿qué más podría hacer para esto?
Detengámonos en estas preguntas. Más aún, completémoslas con las palabras de la oración que encontramos en la segunda lectura de la Misa, tomada de la Carta de San Pablo a los Tesalonicenses: Hermanos: “Siempre rezamos por vosotros, para que nuestro Dios os haga dignos de la vocación y con toda eficacia cumpla todo su bondadoso beneplácito y la obra de vuestra fe, y el nombre de nuestro Señor Jesús sea glorificado en vosotros y vosotros en él, según la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo” (2Ts 1, 11-12).
Es decir –hablando con el lenguaje del pasaje evangélico de hoy–, oremos para que vosotros “procuréis ver a Cristo” (cf Lc 19, 3), para que vayáis a su encuentro como Zaqueo; y que, si sois pequeños de estatura, subáis, por este motivo, a un árbol.
Y Pablo continúa desplegando su oración, pidiendo a los destinatarios de su carta que no se dejen demasiado fácilmente confundir y turbar por supuestas inspiraciones (cf 2Ts 2, 2). ¿Por qué “inspiraciones”? Acaso sencillamente por las “inspiraciones de este mundo”. Digámoslo con lenguaje de hoy: por una oleada de secularización e indiferencia respecto de los mayores valores divinos y humanos. Después dice Pablo: “Ni por palabras”. Efectivamente, no faltan hoy las palabras que tienden a “confundir” o a “turbar” a los cristianos.
Zaqueo no se dejó confundir ni turbar. No se asustó de que la acogida de Cristo en la propia casa pudiese amenazar, por ejemplo, su carrera profesional o hacerle difíciles algunas acciones ligadas con su actividad de jefe de publicanos. Acogió a Cristo en su casa y dijo: “Señor, doy la mitad de mis bienes a los pobres y, si a alguien he defraudado en algo, le devuelvo cuatro veces más” (Lc 19, 8).
En este punto se hace evidente que no solo Zaqueo “ha visto a Cristo”, sino que al mismo tiempo, Cristo ha escrutado su corazón y su conciencia; lo ha radiografiado hasta el fondo. Y he aquí que se realiza lo que constituye el fruto propio de la apertura del corazón, se realiza la conversión, se realiza la obra de la salvación. Lo manifiesta el mismo Cristo cuando dice: “Hoy ha venido la salud a esta casa, por cuanto también este es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lc 19, 9-10). Y esta es una de las expresiones más bellas del Evangelio.



sábado, 26 de octubre de 2013

Domingo XXX del tiempo ordinario

"Hijos de Santa Ana"

Evangelio según San Lucas 18,9-14.

El publicano volvió a su casa justificado, pero no el fariseo.

Y refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola:
"Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba así: 'Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas'. En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: '¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!'. Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado".



REFLEXIÓN.

“Dios mío, ten compasión de mí que soy un pecador.”

    “Inclina tu oído, Señor, escúchame, que soy humilde y pobre.” (Sal 85,1) El Señor no inclina su oído al rico sino al pobre y miserable, al que es humilde y confiesa sus faltas, al que implora la misericordia. No se inclina al satisfecho que se jacta y se envanece como si nada le faltara y que dijo: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres,... ni como ese publicano.” (Lc 18,11) El rico fariseo exhibía sus méritos, el pobre publicano confesaba sus pecados.
  
    Todos los que rechazan el orgullo son pobres delante de Dios y sabemos que Dios tiende su oído hacia los pobres y los indigentes. Reconocen que su esperanza no puede apoyarse ni en oro o plata ni en sus bienes que, por un tiempo, enriquecen su morada...
Cuando un hombre menosprecia en sí todo aquello que infla el orgullo es pobre ante Dios. Dios inclina hacia él su oído porque conoce los sufrimientos de su corazón.

    Aprended, pues, a ser pobres e indigentes, teniendo o no teniendo bienes de este mundo. Uno puede encontrar a un mendigo orgulloso y a un rico convencido de su miseria. Dios se niega a los orgullosos, tanto si van vestidos de seda o cubiertos de harapos. Otorga su gracia a los humildes, sean o no notables de este mundo. Dios mira lo interior: aquí examina y juzga. Tú no ves la balanza de Dios. Tus sentimientos, tus proyectos, los mete en el platillo... ¿Hay a tu alrededor o dentro de ti algún objeto que estás tentado a retener para ti?

sábado, 19 de octubre de 2013

DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO


"Hijos de Santa Ana"

 San Lucas 18, 1-8. "Oren sin desanimarse"
En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario.” Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.”»
Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?»

REFLEXIÓN.
En el camino a Jerusalén, Jesús sigue instruyendo a sus discípulos, esta vez sobre la oración. Hay muchas maneras de rezar. La mayoría de nosotros hemos aprendido a rezar repitiendo oraciones de otros, de santos y santas, de grandes místicos y personas espirituales que nos han dejado en esas oraciones su experiencia de Dios. Ya sabéis que Jesús sólo nos enseñó una oración, el Padre Nuestro. Esa oración resume todo aquello que necesitamos pedir para ser felices y es la oración por antonomasia, porque viene del mismo Jesús. Pero las demás, las que repetimos nosotros, no dejan de ser “oraciones de otros”.
Y no pasa nada porque las recemos, pero ¿es que nosotros no tenemos nuestra propia experiencia de Dios? No se trata ahora de ponernos a componer oraciones, sino de caer en la cuenta de que rezar es algo más que repetir oraciones. Rezar es hablar con Dios, como hablo con un amigo. Y con un amigo no uso “fórmulas” o “frases hechas”, sino que le hablo desde mi corazón y le cuento lo que llevo en él. Rezar es contarle a Dios lo que llevo en el corazón, lo que me pasa a mí día a día.
En segundo lugar, la oración no es un monólogo, sino un diálogo. No se trata de que hablemos nosotros solos, sino que también hay que escuchar. Y, por lo tanto, Dios también nos escucha, aunque esto a veces no lo tenemos del todo claro. En la primera lectura vemos como el pueblo de Israel sigue teniendo dificultades para confiar en que Dios sigue acompañando su camino y escuchando sus oraciones, a pesar de que Dios sigue dando pruebas evidentes de ello: “mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la tenía baja, vencía Amalec”. Estas dificultades también son las nuestras, cuando pensamos que Dios no nos da lo que le pedimos, que no nos escucha, que no se acuerda de nosotros, que nos ha abandonado… Por eso Jesús da razón de la parábola que nos cuenta hoy: es “para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse”. Ya hemos visto la importancia de mantener una relación con Dios, como con un amigo. Y también caemos en la cuenta de que nuestra oración ha de ser continua y constante. Todo lo que nos pasa en nuestra vida, bueno y malo, puede y debe pasar por el diálogo con Dios, que no permanece indiferente ante nuestras alegrías y penas. Pero además, en nuestra oración, no hemos de perder la esperanza, aunque pensemos que Dios no está haciendo nada. Quizá es que no estamos pidiendo bien.

Podríamos preguntarnos ¿qué es lo que pedimos cuando rezamos? ¿Pedimos sólo para nosotros, para nuestro interés y beneficio? ¿Tenemos en cuenta las necesidades de nuestro alrededor y a los necesitados? El Evangelio nos presenta a una pobre viuda, muy vulnerable socialmente por no tener el amparo de un hombre en una sociedad marcadamente patriarcal, pero que no deja de pedir una y otra vez. Pero, ¿qué pide la viuda? Pide JUSTICIA. Y Dios siempre está dispuesto a hacer justicia, sobre todo a los más necesitados, a los que son precisamente las víctimas de la injusticia. Hoy podemos preguntarnos si lo que pedimos en nuestra oración es JUSTO para todas las personas, o sólo nos beneficia a nosotros. Dios nos escucha a todos y sabe lo que necesitamos cada uno. ¿Confiamos en Él? La enseñanza de la parábola es clara: si un juez malo es capaz de hacer justicia, aunque solo sea por la pesadez de la viuda y para que esta no le moleste más, ¿cómo no escuchará Dios, que es Padre y misericordioso, a los que le piden con constancia y sin perder la esperanza?
Hoy el Evangelio nos enseña que orar es pedir justicia y también comprometerse para que esa justicia se aplique en las situaciones de injusticia. Y también que nuestra oración necesita una gran dosis de fe y de esperanza: fe en que Dios nos escucha y esperanza en que nos dará lo que más necesitamos. Al final del evangelio, Jesús pregunta si encontrará esa fe en la tierra, en nosotros.
La Eucaristía es una gran oración en la que damos gracias a Dios por Jesucristo que ha entregado su vida para hacer justicia a favor de los más necesitados de nuestro mundo, y también por todos y cada uno de nosotros, especialmente por los misioneros y por los que trabajan por causa de Cristo. Por eso “es justo y necesario” darle gracias, es “nuestro deber y salvación”. Celebremos la Eucaristía y demos gracias a Dios que escucha nuestras oraciones y está atento a nuestras necesidades.

sábado, 5 de octubre de 2013

Domindo, XXVII del tiempo Ordinario

"Hijos de Santa Ana"

San Lucas 17, 3-10
Pidieron, Señor: Acrecienta nuestra fe
Dijo el Señor a sus discípulos: "Si ti hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente perdónalo. Y si peca siete veces al día contra ti, y otras tantas vuelve a ti, diciendo: me arrepiento, perdónalo". Dijeron los apóstoles al Señor: Acrecienta nuestra fe. Dijo el Señor: Si tuvierais fe tanta como un grano de mostaza, diríais a este sicómoro: Desarraígate y trasplántate en el mar, y él os obedecería. ¿Quién de vosotros, teniendo un siervo arando o apacentando el ganado, al volver él del campo le dice: Pasa en seguida y siéntate a la mesa, y no le dice más bien: Prepárame la cena, cíñete para servirme hasta que yo coma y beba, y luego comerás y beberás tú? ¿Deberá gratitud al siervo porque hizo lo que se le había mandado? Así también vosotros, cuando hiciereis estas cosas que os están mandadas, decid: Somos siervos inútiles; lo que teníamos que hacer, eso hicimos.

Meditación:


Hoy escuchamos la linda oración de los apóstoles, “Auméntanos la fe”.  Ellos están siguiendo a Jesús y parece que quieren entrar más profundamente en su manera de pensar.  El sentido de fe no es creencia en doctrina ni entendimiento de la ley.  Es más cuestión de tener una relación con Dios, como la que tenía Jesús.  Para los discípulos, la fe era una entrada en el poder de Dios que les dejaría curar las enfermedades, enseñar con autoridad, y llevar la Buena Nueva a los oprimidos. 
Las lecturas nos traen la oportunidad de preguntarnos cuál es nuestra idea de la fe.  Podemos decir que todos tenemos fe, porque estamos aquí celebrando esta misa y siguiendo los mandatos de la Iglesia Católica.  Pero en el sentido del Evangelio, tenemos que pedir como los apóstoles, “Señor, auméntanos la fe”.  Aumenta nuestra relación con Ud que nos lleva dentro de tu poder y compasión.  Aumenta nuestra confianza en el valor de la vida humana, nuestra propia vida, con sus experiencias de fracaso y de éxito.  Aumenta nuestra alegría en la vida, que es un gran don, aunque lleva consigo sufrimiento y dolor.  Aumenta nuestra esperanza por la paz, aunque vemos grandes guerras y violencia.  
Este sentido de la fe es fe en la visión que Dios tiene para el mundo.  Es una visión de paz, de compasión, de compartir, de fraternidad y de perdón.  Es una visión que es clara, que se puede leer por nuestra vida y nuestra manera de actuar.  Es la visión que tiene tanta fuerza que seguimos fiel, a pesar del desprecio del mundo.  San Pablo escribe a Timoteo, “no te avergüences, pues, de dar testimonio de nuestro Señor, ni te avergüences de mi, que estoy preso por su causa”.  La vida de fe no es una vida fácil.  No es que la fe nos alivia de sufrimientos ni oposición.  Pero la fe siempre nos da fuerza y tranquilidad.  Según San Pablo, la fe trae un espíritu de fortaleza y de amor.
Lo que Jesús nos enseña no es una teoría ni una seria de creencias.  Es más bien un ejemplo práctico de cómo vivir.  Hay mil ejemplos en nuestra alrededor si abrimos los ojos.  Una esposa que cuida a su esposo cuando sufre de Alzheimer’s es un ejemplo de fe, porque pone valor en la vida humana cuando la dignidad desaparece lentamente en la vida de su ser querido.  Un padre que sigue cariñoso con su esposa y sus hijos después de perder su trabajo y su auto-estima es un ejemplo de fe.  Un maestro que dedica tiempo después de las clases para ayudar a un estudiante que no tiene ayuda en su casa es un ejemplo de fe.  Una hija que cuida a su mamá cuando la mamá se queja día y noche es un ejemplo de fe. 
Vemos la fe en la generosidad de la gente que comparte su dinero con los necesitados.  Vemos la fe en las visitas que hacen los ministros de la Eucaristía a los hospitales y hogares.  Vemos la fe en el compartir de las celebraciones de la Iglesia.  Vemos la fe en la bienvenida que la gente extiende a los que llegan recién a la comunidad.
¿Qué es la fe?  Es la convicción que Dios es bueno, siempre.  Es la convicción que Dios nos llama a vivir una vida comunitaria donde no hay división entre ricos y pobres.  Es la convicción que Dios está utilizando nuestras acciones para la creación de un mundo de paz y bondad.  Es la convicción que nuestra pequeña parte es importante.
La fe es algo que se pide de Dios.  Nos viene en los sacramentos, en la oración y en el intercambio de la vida.  Demos gracias por nuestra fe, y en mismo tiempo, rezamos juntos, “Señor, auméntanos la fe”. 

domingo, 21 de abril de 2013

Amor: Fruto de la Caridad

"Hijos de Santa Ana"
 
Todo ser busca, con ahínco, el bien y de este encuentro deriva la alegría. Pero, ¿cuál bien puede traernos alegría al punto de saciar todo deseo y no dar margen a ningún tipo de decepción? Santo Tomás aclara que, mucho más allá de ser una simple pasión, la alegría es el fruto más arrebatador del amor a Dios, pues "el amor es el primer movimiento de la potencia apetitiva del cual resulta el deseo y la alegría. 1"
1.jpgSegún el P. Antonio Royo Marín, O.P. 2, para que un objeto sea la causa de alegría y felicidad perfecta para el hombre, él debe reunir en sí cuatro condiciones esenciales: ser el bien supremo que no compita con otro mayor; excluir toda y cualquier mezcla de mal; saciar por completo todas las aspiraciones del corazón humano; y, por último, ser estable, o sea, que una vez obtenido no pueda ser perdido. Según este moralista, tales requisitos no son cumplidos por ninguno de los seres creados, sean ellos dinero, fama, gloria, belleza, etc.; esa tesis es confirmada taxativamente por la Santa Madre Iglesia (CCE 1723): "la verdadera alegría no está en las riquezas o en el bienestar, ni en la gloria humana o en el poder, ni en cualquier obra humana por más útil que sea, como las ciencias, la técnica y las artes, ni en otra criatura cualquier, mas apenas en Dios, fuente de todo el bien y de todo amor".
El P. Royo Marín da las razones: las riquezas, por ejemplo, además de fomentar progresivamente el deseo de más fortunas, no excluyen ciertos infortunios como enfermedades y muertes, y pueden ser perdidas por cualquier eventualidad. Similarmente, las honras, la fama y el poder son inestables, pues cesan después de la muerte. ¿Quién, por ejemplo, recuerda hoy a las personalidades que llenaron los diarios de hace un siglo? Además, salud, belleza, fuerza, en fin, de entre todos los bienes corpóreos, ninguno de ellos son bienes supremos, pues el cuerpo es la parte inferior del hombre, más allá de que también acaban con la muerte. En este sentido, Monseñor João Scognamiglio Clá Dias EP, fundador de los Heraldos del Evangelio, da un interesante testimonio:
Yo conocí personas riquísimas en mi vida. Viajando de allá para acá, conocí reyes de petróleo, conocí magnates de grandes fortunas: deprimidos, llenos de tics nerviosos, [...] porque en cualquier momento podía ser que ocurriera esto, ocurriera aquello, que perdiese esto, perdiese aquello. Ellos no se daban cuenta que perderían todo a la hora de la muerte, porque [...] pasarían a la eternidad sin llevar nada. 3
Tampoco la ciencia llena las condiciones necesarias para ser la razón de la alegría humana, pues esta puede ser perdida por las enfermedades mentales, además de no saciar al hombre, a punto del propio Sócrates afirmar: "Solo sé que nada sé".
Por último, el P. Royo Marín osa decir que ni siquiera en la virtud - en el sentido estricto de la palabra - puede consistir el gozo perfecto, puesto que no puede ser completa en esta Tierra, ni es estable ya que se puede perder por el ímpetu de las pasiones.
Definitivamente: el único que puede hacernos felices es Dios. Es como aconseja Tomás Kempis en su obra "Imitación de Cristo": "Tened por vana toda consolación que venga de la criatura. El alma que ama a Dios desprecia todo abajo de Dios. Solo Dios, eterno e inmenso, llena todo, Consolación del alma y verdadera Alegría del corazón 4".
Y realza L. Desiato que "no sirve de nada buscarla [la felicidad] dando una vuelta por el mundo, ella está dentro de nosotros, en la sonrisa de una Presencia" 5; y es, también, lo que reconoce el Obispo de Hipona: "cuando busco a Vosotros, Dios, busco la vida bienaventurada 6".
Cuando nosotros colocamos un amor meramente humano, cuando nosotros colocamos la esperanza meramente humana, cuando nos aferramos a cualquier cosa puramente natural, ahí viene la decepción. ¿Por qué? Porque cuando nosotros entregamos nuestro corazón, nosotros estamos a la búsqueda de un infinito, de un Ser absoluto, de Dios. Y muchas veces nosotros, por equivocación, acabamos colocando nuestra esperanza en algo que no es Dios, y eso no nos trae el saciar de este anhelo que yo llevo dentro de mi alma, que es el anhelo de Dios. El único ser que apaga este fuego, este anhelo de felicidad que es de felicidad infinita - yo quiero esta felicidad infinita porque yo fui creado para ella -, el único ser [que la sacia] es Dios, es Nuestro Señor Jesucristo, es la Religión, es tener la gracia de Dios. 7
Para ver cómo la alegría verdadera solo se encuentra en el ámbito sobrenatural, tomemos la figura de Napoleón Bonaparte. 
[Él fue] un hombre que hizo una carrera brillante, escaló inmediatamente, en poco tiempo, el puesto de emperador de Europa. Era adorado por todos, aplaudido por todos... [...] él tuvo una vida de triunfos magníficos. Pues bien, Napoleón Bonaparte cuando preguntaron a él cuál fue el día más alegre, más feliz de la vida de él, él dijo que fue el día de la Primera Comunión. 8
"Lo que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él" (I Jn 4, 16)
Entretanto, la alegría es producida por la obtención de un bien presente, pues, de otro modo, sería apenas un deseo; y el Catecismo de la Iglesia Católica (CCE 1718) afirma que este, por así decir "instinto natural", Dios lo puso en el alma humana a fin de atraernos a Él. Pero, siendo Dios infinito, ¿cómo podría el hombre obtener a Dios? Esta respuesta, la da, de forma magistral, el Doctor Angélico:

[La caridad] produce en el hombre la perfecta alegría. Con efecto, nadie tiene verdadero gaudio si no vive en la caridad. Porque cualquiera que desee algo, no goza ni se alegra ni descansa mientras no lo obtiene. Y en las cosas temporales ocurre que se apetece lo que no se tiene, y lo que se posee se desprecia y produce tedio; pero no es así en las cosas espirituales. Al contrario, quien ama a Dios lo posee, y por eso el ánimo de quien lo ama y lo desea en Él descansa. 9
Por tanto, solo la caridad nos da la posibilidad de poseer a Dios, pues como afirma San Juan: "Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él" (I Jn 4, 16). La caridad dilata nuestro corazón para que, ya en esta Tierra, podamos abarcar un poco más que nuestra capacidad humana conseguiría, la infinitud del Creador.
Agrega también Monseñor João Scognamiglio Clá Dias:
El modo de participar de Nuestro Señor Jesucristo y permanecer en Él y en la alegría de Él, es [...] estar participando de aquello que Él es. ¿Qué Él es? Él es la Alegría. Escuchen como suena mal: "Dios es la depresión. Dios es el desánimo. Dios es la tristeza". Alguien dirá: "Usted es un loco. ¡Fuera de ahí!" Porque si hay algo que yo no puedo decir es eso. Pero yo puedo decir: "¡Dios es la Alegría!" Y Él, por tanto, quiere transferir a nosotros esa alegría. ¿Cómo recibimos esa alegría? Es permaneciendo en el amor de Él, es permaneciendo en Él, es obedeciendo a las leyes morales que Él puso.10
Ahora, Dios es amor y es alegría; luego, para tener alegría es preciso tener amor a Él.
Por Mariana Iecker Xavier Quimas de Oliveira
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1 SÃO TOMÁS DE AQUINO. S. Th. II-II, q. 28, a. 4.
2 ROYO MARÍN, Antonio. Teología Moral para seglares. Madrid: BAC, 1961, v. I, p. 26.
3 CLÁ DIAS, Joã o Scognamiglio. Homilia do III domingo do Advento. Caieiras, 13 dez. 2009. (Arquivo IFTE).
4 KEMPIS, Tomás de. Imitação de Cristo. L. II, c. 5: "Totum vanum existima, quidquid consolationis occurrit de aliqua creatura. Amans Deum anima, sub Deo despicit universa. Solus Deus æternus et immensus, implens omnia, solatium animæ et vera cordis lætitia" (Tradução da autora).
5 DESIATO, L. Storia dell'eremo. Turim: [s. n.], 1990, p. 72: "Non serve cercala in giro per il mondo, essa è dentro di noi, nel sorriso di una Presenza" (Tradução da autora). Esta afirmação é fundamentada por Leão XIII: Deus se encontra presente em todas as coisas e está nelas: por potência, enquanto estão sujeitas ao seu poder; por presença, enquanto todas estão descobertas e patentes aos seus olhos; por essência, porque se encontra em todas como causa de seu ser (S. Th. I, q. 8, a. 3). Mas na criatura racional, Deus se encontra de outra maneira; ou seja, enquanto é conhecido e amado, uma vez que é próprio da natureza amar o bem, desejá-lo e buscá-lo. Finalmente, Deus, por meio da sua graça, está na alma do justo de uma forma mais íntima e inefável, como em seu templo; e disso se segue aquele amor mútuo pelo qual a alma está intimamente presente em Deus, e está nele mais do que pode suceder entre os amigos mais queridos, goza dele com a mais regalada doçura. LEÃO XIII, Encícica Divinum illud manus, n. 10: "Dios se halla presente a todas las cosas y que está en ellas: por potencia, en cuanto se hallan sujetas a su potestad; por presencia, en cuanto todas están abiertas y patentes a sus ojos; por esencia, porque en todas se halla como causa de su ser (S. Th. I, q.8, a.3.). Mas en la criatura racional se encuentra Dios ya de otra manera; esto es, en cuanto es conocido y amado, ya que según naturaleza es amar el bien, desearlo y buscarlo. Finalmente, Dios, por medio de su gracia, está en el alma del justo en forma más íntima e inefable, como en su templo; y de ello se sigue aquel mutuo amor por el que el alma está íntimamente presente a Dios, y está en él más de lo que pueda suceder entre los amigos más queridos, y goza de él con la más regalada dulzura" (Tradução da autora).
6 SANTO AGOSTINHO. Confessionum L.X, c. 20, n. 26: ML 32, 791: "Cum enim te Deum quæro, vitam beatam quæro" (Tradução da autora).
7 CLÁ DIAS, João Scognamiglio. Homilia do III domingo do Advento. Caieiras, 14 dez. 2008. (Arquivo IFTE).
Id. Homilia do III domingo do Advento. Caieiras, 13 dez. 2009. (Arquivo IFTE).
8 ANDRIA, Pedro de. Los mandamientos comentados por Santo Tomas de Aquino. 2. ed. Mexico: Tradición, 1981, p. 12: "[La caridad] produce en el hombre la perfecta alegría. En efecto, nadie posee en verdad el gozo si no vive en la caridad. Porque cualquiera que desea algo, no goza ni se alegra ni descansa mientras no lo obtenga. Y en las cosas temporales ocurre que se apetece lo que no se tiene, y lo que se posee se desprecia y produce tedio; pero no es así en las cosas espirituales. Por el contrario, quien ama a Dios lo posee, y por lo mismo el ánimo de quien lo ama y lo desea en El descansa" (Tradução da autora).
9 CLÁ DIAS, João Scognamiglio. Homilia da quinta-feira da IV semana do Tempo Pascal. Caieiras, 6 maio 2010. (Arquivo IFTE).




jueves, 18 de abril de 2013

La herejía nestoriana y el dogma de la Maternidad Divina - II Parte

"Hijos de Santa Ana"

A continuación la 2da. parte de la maravillosa historia de la proclamación del dogma de la maternidad divina:

II - El concilio de Éfeso

La nueva herejía no demoró en llegar a la Iglesia de Alejandría, gobernada desde el año 412 por el Patriarca San Cirilo. Decidido como siempre, no tardó en ponerse en acción para cortarle el paso. A la vez que expedía cartas a obispos, presbíteros y monjes reiterando la doctrina sobre la Encarnación del Verbo y la Maternidad Divina, cuidaba prudentemente de no hacer alarde de los errores y el nombre del hereje, pues, "movido de intensa caridad", insistía en "no permitir que nadie se proclamara más amante de Nestorio, que él mismo".6
1.jpgA finales del año 429 le escribió mansamente por primera vez, advirtiéndole de los rumores que corrían en la región acerca de sus doctrinas y le pedía explicaciones sobre ello. No habiendo obtenido por respuesta sino una ácida invitación a la moderación cristiana, San Cirilo le expuso en una segunda misiva, con luminosa y sobrenatural clarividencia, el pensamiento universal de la Iglesia. Sin embargo, Nestorio no cedió y replicó con una nueva carta que contenía el elenco de sus ideas.

Roma entra en la disputa

En vista de la inutilidad de los recursos de los que disponía, a San Cirilo sólo le quedaba recurrir a Roma y así lo hizo, enviándole al Papa San Celestino I un documentado relato de la controversia con el Patriarca de Constantinopla, en el que figuraban textos de los sermones de Nestorio, acompañados por una síntesis de sus errores, como también un florilegio de textos patrísticos que sustentaban la verdadera doctrina y copias de las cartas que le había enviado al hereje.
Por su parte, Nestorio ya le había informado al Papa San Celestino I sobre la situación, aunque en términos estudiadamente ambiguos, con el objetivo de conquistar su favor.
Reconociendo el peligro que había, San Celestino convocó un sínodo en Roma, en agosto de 430, para tratar de este relevante asunto. Los escritos de Nestorio fueron cuidadosamente examinados, y confrontados con una larga serie de textos de los Padres de la Iglesia.7 Ante la evidencia de la herejía, la nueva doctrina fue condenada categóricamente.
De su propio puño el Papa le escribió a Nestorio ratificando las enseñanzas cristológicas de San Cirilo y advirtiéndole que incurría en excomunión si no se retractaba por escrito de sus errores en un plazo de diez días. Igualmente fueron enviadas cartas a los principales obispos de Oriente, al clero y al pueblo de Constantinopla con el fin de que "fuese conocida nuestra sentencia sobre Nestorio, es decir, la divina sentencia de Cristo sobre él",8 decía el texto.
Para ejecutarla en nombre del Sumo Pontífice fue designado el propio San Cirilo, quien convocó un sínodo en Alejandría y en nombre de esta asamblea escribió una nueva carta al heresiarca, exponiendo de manera bastante detallada la verdad católica sobre la Encarnación, y enumerando los doce errores de los que Nestorio debería adjurar por escrito, en el caso de que quisiera permanecer en el redil de la Iglesia. Era el tercer y último llamamiento que le hacía para su conversión.
Sin embargo, valiéndose de su influencia en la corte de Constantinopla, intentó obtener el apoyo del emperador, quien -para dirimir las contiendas y dudas y atender a diversos llamamientos- creyó oportuno convocar un concilio ecuménico. El Papa estaba de acuerdo con la decisión imperial y envió a sus legados, dándoles instrucciones muy precisas sobre la postura que deberían tomar ante los Padres conciliares: les recomendó que defendieran la primacía de la Sede Apostólica, que ejercieran el papel de jueces impolutos y que estuvieran siempre unidos al celoso Patriarca de Alejandría.
2.jpgEn aquella asamblea estaba en juego la Fe de la Iglesia respecto de este atributo esencial de María Santísima, y como subraya el historiador jesuita el P. Bernardino Llorca, "la situación era, en realidad, sumamente delicada. El Papa había dado ya la sentencia contra la doctrina de Nestorio, por lo cual el concilio no podía hacer otra cosa que proclamar esta declaración pontificia. Cualquiera otra conducta podría traer un cisma".9

El Concilio de Éfeso

Poco antes del 7 de junio de 431, fiesta de Pentecostés, iban llegando a Éfeso los representantes de las distintas Iglesias particulares. No obstante, el atraso de los legados pontificios y de algunos obispos, motivado por el largo y dificultoso viaje, posponía el comienzo de las sesiones, concurriendo para disminuir el ánimo de algunos Padres conciliares y causar cierta inseguridad en los demás.
Mientras tanto, Nestorio se afanaba por atraer hacia su doctrina a los incautos y desprevenidos, refiriéndose despectivamente a San Cirilo como "el egipcio". Entonces el
Patriarca de Alejandría decidió empezar el concilio sin más tardanzas, valiéndose de la autoridad que el Papa le había conferido, incluso antes de la llegada de los Padres romanos y sin prestar atención a las enfáticas quejas de la facción contraria.


La primera sesión conciliar

Se inició el 22 de junio con la proclamación del símbolo de Fe niceno
constantinopolitano. Nestorio, a pesar de que había sido convocado a estar presente, envió un mensaje diciendo que no comparecería mientras no llegasen todos los obispos. Sin embargo, el concilio continuó sus trabajos con la lectura de las doctrinas contenidas en el intercambio de cartas entre San Cirilo y el heresiarca. En la lectura de la defensa del Patriarca alejandrino estallaron prolongados y calurosos aplausos, siendo su misiva declarada ortodoxa y conforme al Concilio de Nicea, mientras que la de Nestorio fue reprobada como impía y contraria a la Fe católica. Los trabajos y estudios conciliares se completaron con la lectura de la sentencia consignada por el Papa en el sínodo de Roma y una larga serie de textos patrísticos consolidando la posición católica.

Infructíferos fueron los esfuerzos para reconducir a Nestorio a la casa paterna. A todos los que el concilio enviaba para intentar disuadirlo de su error los expulsaba groseramente de su presencia. En vano. Sobre él recayó el anatema: "Nuestro Señor,
Jesucristo, del que él ha blasfemado, ha definido por medio de este santo sínodo que el mismo Nestorio sea excluido de toda dignidad episcopal y de toda asamblea de obispos".10

Júbilo en la ciudad bendecida por el paso de María
Los fieles de Éfeso -ciudad en la cual, según la Tradición, María Santísima habría residido- exultaron al serles anunciada la sentencia definitiva reafirmando la doctrina de la maternidad divina. Todos acudieron a la Iglesia de Santa María al grito de "Theotokos!", a fin de festejar la decisión, como narra Pío XI en su encíclica conmemorativa del XV centenario del mencionado concilio: "El pueblo de Éfeso estaba asumido de tanta devoción y ardía de tanto amor por la Virgen Madre de Dios, que tan pronto como oyó la sentencia pronunciada por los Padres del concilio, los aclamó con alegre efusión de ánimo y, provisto de antorchas encendidas, en apretada muchedumbre los acompañaron hasta sus residencias. Y seguramente, la misma gran Madre de Dios, sonriendo con dulzura desde el Cielo ante tan maravilloso espectáculo, correspondió con corazón materno y con su benignísimo auxilio a sus hijos de Éfeso y a todos los fieles del mundo católico, perturbados por las insidias de la herejía nestoriana".11

Rebelión y confusión

Aún así, en una misiva dirigida al emperador, firmada por siete obispos más, Nestorio puso objeciones a su condenación. Junto con Juan -Patriarca de Antioquía, que no había llegado a tiempo de participar en el concilio- se reunió en conciliábulo con una minoría de obispos contrarios a la decisión de San Cirilo de iniciar los trabajos sin esperar a los que se retrasaron. Declararon depuestos de sus sedes episcopales a San Cirilo y a Memnon, Obispo de Éfeso, y exigieron de todos los demás obispos que se retractaran en lo que respecta a los doce anatemas. Sin embargo, esta reducida asamblea no trató de rehabilitar a Nestorio, pues Juan de Antioquía, aunque amigo suyo, le consideraba culpable de herejía.12
El emperador Teodosio II, confuso antes las noticias contradictorias que le llegaban de Éfeso, emitió un edicto en el que prohibía a los prelados que regresaran a sus ciudades antes de que fuera hecha una investigación sobre todo lo sucedido. La orden imperial llenó de regocijo al partido de los herejes, quienes se juzgaban bajo el amparo de la autoridad temporal y, en consecuencia, autorizados a tomar todo tipo de medidas arbitrarias. Éstas iban desde la tentativa de consagrar a un nuevo Obispo de Éfeso hasta el uso de la violencia física contra el pueblo sencillo, indignado con el rumbo
que habían tomado las cosas, e incluso contra algunos Padres conciliares. A pesar de eso, tales manifestaciones de prepotencia y de injusticia no durarían mucho.

La decisión final
Los legados pontificios finalmente llegaron a Éfeso, y el concilio, bajo la presidencia de San Cirilo, que representaba al Sumo Pontífice, inició su segunda sesión el 10 de julio. Los enviados papales llevaban una carta de San Celestino, fechada el mes de mayo, pidiendo a la magna asamblea que promulgase la sentencia proferida por el Sínodo romano contra el Patriarca de Constantinopla. Al ver claramente expresada la voluntad de Dios en la decisión pontificia, todos los obispos presentes exclamaron: "¡Éste es el justo juicio! A Celestino, nuevo Pablo, a Cirilo, nuevo Pablo, a Celestino custodio de la Fe, a Celestino concorde con el sínodo, a Celestino todo el concilio le da las gracias: un solo Celestino, un solo Cirilo, una sola Fe en el sínodo, una sola Fe en el mundo".13
3.jpgLas actas de la primera sesión, tras ser examinadas y confirmadas, fueron leídas en público. Según los bellos términos de Rohrbacher, en esa segunda reunión se respiró "todo el perfume de la santa antigüedad: el espíritu de fe, de piedad, de santa cortesía; el espíritu de unión con el sucesor de Pedro; el espíritu de amor y de sumisión filial a su autoridad; en una palabra, el espíritu de la Iglesia Católica".14
En las sucesivas sesiones se trataron los casos de Juan de Antioquía y de otros disidentes, quienes habían sido convocados en tres ocasiones y en vista de su recusa a comparecer, fueron excomulgados. Igualmente se aprobaron seis cánones en los que no sólo se renovaba la condena a Nestorio, sino también la de algunos pelagianos.
Clausurado el concilio, el 31 de julio, quedaba definida para siempre la doctrina católica sobre la Santa Madre de Dios.


III - María es madre de la persona de Cristo

Hasta aquí hemos acompañado los dramáticos acontecimientos y el glorioso desenlace de esa histórica polémica. Ahora cabe preguntarnos cómo explicar esta verdad que nuestra Fe afirma y el sentido católico proclama en nuestros corazones: la maternidad divina de María Santísima.

¿Por qué quiso Dios tener una madre humana? Para abordar adecuadamente esta cuestión, empecemos por recordar un importante aspecto del plan divino para la Redención: Jesucristo, nuestro Señor, a pesar de que podía haber elegido otro medio para encarnarse juzgó "más conveniente formar de la misma raza vencida al hombre que había de vencer al enemigo del género humano".15 Así, de la misma forma que una mujer, por su desobediencia, había cooperado para la ruina de la humanidad, la obediencia de una Virgen cooperaría de forma decisiva para la Redención.
Ahora bien, cuando una mujer concibe a un hijo y lo alumbra, ella es madre de la persona que ha nacido, y no sólo de su cuerpo. Porque estando el alma y el cuerpo substancialmente unidos, ella engendra al ser humano completo, aunque el alma haya sido creada por Dios.

María era, por tanto, Madre de la Persona de Cristo. Y en la persona divina de Cristo estaban unidas la naturaleza humana y la naturaleza divina, desde el primer momento de su ser. Por eso, concluye el Papa Pío XI, "si una es la Persona de Jesucristo, y ésta divina, sin ninguna duda María debe ser llamada por todos no solamente Madre de Cristo hombre, sino Madre de Dios, Theotokos".16La Virgen María no engendró a una persona humana a la que, después, se uniera el Verbo, como decía Nestorio, sino, por el contrario, fue el Verbo que "se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14).
4.jpgLa grandeza y profundidad de este atributo de Nuestra Señora fueron recientemente puestos de relieve por el Papa Benedicto XVI, cuando afirmaba: "Theotokos es un título audaz. Una mujer es Madre de Dios. Se podría decir: ¿cómo es posible? Dios es eterno, es el Creador. Nosotros somos criaturas, estamos en el tiempo. ¿Cómo podría una persona humana ser Madre de Dios, del Eterno, dado que nosotros estamos todos en el tiempo, todos somos criaturas?".
Y discurriendo hermosamente sobre el Misterio de la Encarnación, el Santo Padre responde: "Dios no permaneció en sí mismo: salió de sí mismo, se unió de una forma tan radical con este hombre, Jesús, que este hombre Jesús es Dios; y, si hablamos de Él, siempre podemos también hablar de Dios. No nació solamente un hombre que tenía que ver con Dios, sino que en él nació Dios en la tierra. [...] Dios quería nacer de una mujer y ser siempre él mismo: este es el gran acontecimiento".17
Le cupo al gran santo Cirilo -cuya fiesta se conmemora en este mes de marzo-, "invicto asertor y sapientísimo doctor de la divina maternidad de María virgen, de la unión hipostática en Cristo y del primado del Romano Pontífice",18 defender la verdadera doctrina en los tiempos de la primitiva Iglesia. Pidamos, pues, su intercesión para que comprendamos amorosamente el don infinito obtenido por María por su "fiat" en respuesta al pedido del Padre Eterno (cf. Lc 1, 38) y roguémosle a Ella que nos alcance la inestimable gracia de adorar a su divino Hijo por toda la eternidad.
Por el P. Ignacio Montojo, EP
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6 PÍO XII. Orientalis Ecclesiæ, n. 10.
7 LLORCA, op. cit., p. 529.
8 HERTLING, SJ, Ludwig. Historia de la Iglesia. Barcelona: Herder, 1989, p. 105.
9 LLORCA, op. cit., p. 528.
10 Dz 264.
11 PÍO XI. Lux Veritatis, c. III.
12 LLORCA, op. cit., p. 530.
13 Mansi, Conciliorum Amplissima Collectio, v. IV, c. 1007; Schwartz, Acta Conciliorum Oecumenicorum, l.c., IV, 1287, apud PIO XI. Lux veritatis, n. 1.
14 ROHRBACHER, op. cit., p. 477.
15 SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica, III, q. 4, a. 6.
16 PIO XI, op. cit., ibídem.
17 BENEDICTO XVI. Meditación al comienzo de los trabajos del Sínodo de los Obispos, 11/10/2010.
18 PÍO XII, op. cit., n. 2.