"Hijos de Santa Ana"
El bautismo del
Señor, la fiesta que concluye el tiempo de Navidad, marca el comienzo de la
vida pública de Jesús.
No sabemos
exactamente cuántos años tenía en ese momento. La tradición nos dice que unos treinta. En todo caso,
parece ser que Jesús vivió unos cuantos años una vida escondida, sin
manifestarse como el Mesías, sin hablar de su misión a los que se
acercaban a él, sin diferenciarse en
nada de otro judío más de los que vivían en Galilea en su tiempo.
Pero, de repente,
algo sucede que un día lo hace salir de su casa, dejar la tranquilidad del
hogar familiar, del trabajo seguro, de la compañía de sus conocidos y
familiares, y acercarse a Juan el Bautista. Posiblemente la fama de este se
había extendido ya por toda la Judea y Galilea. Predicaba la inminencia de la
venida del Mesías e invitaba al pueblo a convertirse de sus malos caminos para
preparase ante su venida cercana.
¿Qué pensó Jesús
ante esa predicación? No lo sabemos, pero está claro que ante Juan tomo
conciencia de quien era, de cuál era su misión. Se dio cuenta de que había
llegado el tiempo de dejar su casa y de salir a los caminos para predicar el
Reino de Dios. No fueron las decisiones insustanciales de un niño. Fue una
decisión sería y radical de una persona adulta que toma las riendas de su vida
y se dirige a donde quiere. Su destino final, la muerte en la cruz, no fue un
accidente. Fue el fruto de esta decisión de Jesús de poner su vida al servicio
del Reino.
El Bautismo de Jesús
marca ese momento trascendental, de cambio, que determina su futuro. Antes de
su Bautismo, es seguro que Jesús se dedicó muy seriamente a pensar en su vida,
en su misión. Cuando la vio claro, entonces se decidió. Se presentó a Juan y se
hizo bautizar. Y del mismo cielo le llegó la confirmación de su misión: “Tú
eres mi Hijo, el amado”. A partir de entonces su vida dio un vuelco total.
Nosotros fuimos
bautizados cuando éramos niños, me imagino que la mayoría. No fue fruto de
nuestra decisión sino de nuestros padres. Pero nunca es tarde para pensar si
realmente queremos asumir aquel Bautismo como nuestro. Para decirlo de una
forma simple: ¿queremos ser de verdad
cristianos? Porque no vale la pena quedarnos en la mediocridad. Tenemos que
tomarnos nuestra vida en serio y no ser cristianos de domingo sino de todos los
días y de todas las horas.
A nuestra vida, para
ser humana, le falta una dimensión esencial: la interioridad. Se nos obliga a
vivir con rapidez, si detenernos en nada ni en nadie, y la felicidad no tiene
tiempo para penetrar hasta nuestra alma.
Pasamos rápidamente
por todo y nos quedamos casi siempre en la superficie. Se nos está olvidando
escuchar y mirar la vida con un poco de profundad.
El silencio nos
podría curar, pero ya no somos capaces de encontrarlo en medio de nuestras mil
ocupaciones. Cada vez hay menos espacio para el espíritu en nuestra vida
diaria. Por otra parte, ¿Quién se atreve a ocuparse en cosas tan sospechosas
como la vida interior, la meditación o la búsqueda de Dios?
Privándonos de la
vida interior, sobrevivimos cerrando los ojos, olvidando nuestra alma,
llenándonos de proyectos, ocupaciones, planes.
Tantas veces en
medio de tantas cosas, ni siquiera la religión es capaz de darnos calor y vida
interior. En un mundo en la cual prevalece el exterior, la superficialidad.
Dios queda como un objeto demasiado lejano, y de poco interés para la vida
diaria.
Los evangelios
presenta a Jesús como el que viene a “bautizar con Espíritu Santo, es decir,
como alguien que puede limpiar nuestra existencia y sanarla con la fuerza del
Espíritu. Y, quizás, la primera tarea de la Iglesia actual sea, precisamente,
la de ofrecer esa “Bautismo del Espíritu Santo” al hombre de hoy.
Necesitamos ese
Espíritu que nos enseñe a pasar de lo puramente exterior a lo que hay en lo más
íntimo del hombre. Un Espíritu que nos enseñe a coger a ese Dios que habita en el interior de
nuestras vidas.
No basta que el
evangelio sea predicado con palabras. Nuestros oídos están demasiado
acostumbrados a no escuchar el mensaje de las palabras. Solo pueden convencerse
con la experiencia de la vida real, viva concreta de una alegría interior
nueva.
¿Qué recuerdo tienes
de las ceremonias de Bautismo a las que has asistido?
¿Qué piensas de tu
propio bautismo?
¿Qué significa para
ti ser cristiano?
¿Basta con ir a Misa
los domingos, quizás ni siquiera todos, o ser cristiano significa algo más?
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