viernes, 15 de junio de 2012

DOMINGO XI TIEMPO ORDINARIO

        Jesús no fue un teólogo en el sentido en la cual entendemos esta palabra. Pero eso no quiere decir que no tuviera las ideas claras sobre lo que quería transmitir a los que lo escuchaban. Para ello escogió un lenguaje que ayudara  a la gente a pensar por si misma. Su mensaje fundamental fue el anuncio del Reino de Dios.

         Pero ¿Qué es el Reino? El Señor, no lo dice nunca. Suele hablar del Reino a través de comparaciones y parábolas. Comparaciones sencillas, fácilmente comprensibles para los que lo escuchaban, campesinos pobres en su mayoría, pero también letrados y estudiosos de la Ley. Sus parábolas hacen referencia a diversos aspectos del Reino. Pero nunca lo definen del todo. Sus oyentes van entendiendo poco a poco. Se pude decir que en la medida en que quieren entender. Porque de cierto muchos de los que lo oyeron se alejaron pensando que Jesús no hacía mas que contar cuentos para niños.

         El Reino se parece a una semilla que siembra el campesino y que luego crece sin que nadie sepa como en la oscuridad de la tierra. Pero crece y termina dando su fruto. Da lo mismo que el campesino duerma o este en vela. Llegará el momento en que lo único que tendrá que hacer será recoger la cosecha. La otra dice que el Reino  se parece a la semilla de mostaza, la más pequeña de las semillas, pero que luego se hace grande que hasta los pájaros del cielo se cobijan en la planta que sale de aquella pequeña semilla. También el Reino crecerá hasta acoger a todos los hijos de Dios sin excepción.

         Estamos acostumbrados a ver y escuchar a personajes famosos y ricos, políticos; a que se hable de proyectos y resultados importantes y fascinantes; de grandes cambios para transformar el mundo; grandes problemas que nos desbordan, pero que hay que enfrentar.

         Nos sentimos pequeños, individuos pobres, impotentes. El Señor nos advierte que los grandes proyectos y los grandes protagonistas  son la excepción. Lo normal son las cosas pequeñas como el grano de mostaza. Eso es lo que conforma  nuestra vida cotidiana. No podemos hacer cosas grandes y excepcionales, pero podemos hacer que nuestras obras pequeñas, cotidianas, estén llenas de bondad. Podemos ser sembradores de amor, de ilusión, de solidaridad, perdón, alegría, esparciendo las innumerables semillas de bondad a nuestro alrededor.

         Pareciera que todo esto no sirve de nada. Nos cansamos de ser buenos y de que todo sigua igual. Tenemos prisa en ver los resultados de nuestro trabajo y nos parece que todo depende de nosotros, y nos sentimos  frustrados si no salen las cosas como nos parece a nosotros.

         Nosotros tenemos que ser como el labrador que siembra, pero que sabe esperar y contempla, como a su tiempo, la semilla crece y da fruto.

         Decía san Jerónimo: “la predicación del Evangelio es la más humilde de las teorías intelectuales. Esta doctrina, desde el comienzo mismo, parece absurda, cuando predica que un hombre es Dios, que Dios muere, el escándalo de la cruz. Comparen esta doctrina con las enseñanzas de la filosofía y sus libros, con el brillo de su elocuencia y el orden perfecto de los discursos, y verán como la semilla del Evangelio es más pequeña que todas las demás simientes”.

         Hay que vivir nuestra vida cristiana y nuestro compromiso cristiano desde la voluntad de Dios.

(P. Patricio Moraleda HSA)

1 comentario:

Hijos de Santa Ana dijo...

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