"Hijos de Santa Ana"
Mc. 10, 2-16 "Que el hombre no separe lo que Dios a unido"
Las
estadísticas que un día y otro aparecen en los medios de comunicación dicen que
el número de divorcios va en aumento, y que los matrimonios cada vez duran
menos años. Es un problema muy de nuestros días este de la fidelidad y la
estabilidad en la unión matrimonial.
La
realidad es que el hombre ha tratado mal a la mujer muchas veces. Durante
siglos el hombre no ha considerado a la
mujer como su igual. A lo más una compañera de cama, pero no alguien digno de
situarse a su mismo nivel, con quien poder dialogar. El hombre se ha sentido
dominador y ha visto a la mujer como una más de sus pertenencias, uno más de
los objetos a su disposición. En nuestros días hay muchos hombres todavía que
tratan a las mujeres como objeto de placer o como esclavas que deben tener
limpia la casa y preparada la comida, pero a las que no hay que dejar decidir,
ni pensar, ni tomar decisiones por sí misma. Eso sucede en muchos países, pero
también en el nuestro. Los malos tratos, los abusos, las violaciones son signos
de esa realidad. Hay mucho sufrimiento, a veces callado y en silencio, entre
las mujeres muchas familias.
Jesús
nos invita a remontarnos hasta la misma creación. Para darnos cuenta de que al
principio no fue así. Dios creó al hombre y mujeres iguales. Son carne de la
misma carne. Pero eso la mujer no puede ser una posesión más del hombre como
quien tiene un carro o una casa. En la primera lectura, escuchamos como el
hombre recibe el encargo de Dios de poner nombre a los animales. Y lo hace,
pero se da cuenta de que no están a su nivel. Son animales, no personas. Es al
encontrarse con la mujer, formada a
partir de si mismo, cuando dice: ¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de
mi carne! En la mujer el hombre se reconoce y en el hombre la mujer se
reconoce. Los dos se necesitan mutuamente para engendrar hijos pero también
para ser felices, para vivir en la plenitud del amor a la que Dios nos ha
llamado.
El
matrimonio no es un producto de usar y tirar; pero tristemente hoy vemos cómo
muchas parejas se casan sin haber alcanzado la madurez necesaria para vivir la
vida matrimonial. Quizás no han comprendido todavía que cada matrimonio tiene
una importante labor que expresar con su vida diaria: la de ser signo
manifiesto y claro del amor de Cristo por su Iglesia.
Hoy que hay tantos divorcios, que la familia parece estar en
crisis. Jesús nos invita a volver al principio, a redescubrir la voluntad
original de Dios y a intentar hacerla realidad en cada una de nuestras
familias. De esa manera cada matrimonio, cada familia, se convertirá en un
signo del amor con que Dios nos ama a todos, núcleo donde la vida se crea
diariamente en el amor.
Oración:
“Señor,
da la gracia de la fidelidad a los que se han unido en matrimonio; concédeles
que se sientan realmente una sola carne, que vivan el gozo de pertenecerse el
uno al otro a pasar de todo y sepan superar las dificultades que amenazan el
amor”.
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