"Hijos de Santa Ana"
Muchas veces nuestras predicaciones
están destinadas a que las personas se den cuenta de que es muy importante amar
a Dios. Y esto es verdad, pero nos olvidamos con demasiada frecuencia que amar
a Dios implica primero el sentirse amado por Dios. Si hay personas que todavía
no aman a Dios es porque seguramente no se les ha dicho a la cara con seguridad
y rotundidad que Dios les ama. Dice la Escritura: “…porque Él nos amó primero…”.
Es
difícil para la persona de nuestro tiempo el descubrir sentirse amado por Dios
ya que los múltiples problemas de la vida no dejan ese espacio íntimo donde se
produce el encuentro. Vivir en cristiano significa crear diariamente, en cada
momento, esa ruta íntima y espiritual que nos conduce al amor del Padre.
El
amar a Dios no es una opción únicamente personal. Yo no amo a Dios porque me lo
proponga. Amo a Dios porque Dios ha desvelado en mi vida su amor. No amo a Dios
porque sea una decisión que he tomado, sino como respuesta a la grandeza de
Dios que está presente en mi vida.
Hay
ocasiones que este mandamiento se ha desvirtuado. Vemos personas que han
renunciado a la existencia humana para centrarse solamente en Dios, abandonando
incluso los quehaceres materiales; buen ejemplo de ellos tenemos en los
Tesalonicenses que pensando en la pronta venida de Dios abandonaron incluso el
mantenimiento físico.
No
podemos amar al creador del mundo si no amamos su creación. La creación de Dios
es como la tarjeta de presentación del mismo Dios. Cuando la Escritura habla de
que “vio
todo lo creado y vio que era bueno…” nos está indicando que todo lo
creado por Dios está invitado a su grandeza. La creación es un acto de amor de
Dios. Siempre en Dios encontramos una propuesta para hacer el bien y sentirnos
bien…
Alejarse
del mundo no significa desentenderse del mundo. Alejarse del mundo significa no
asumir las propuestas que el mundo nos hace prescindiendo de Dios. No es
olvidarse de la creación y de lo creado.
Hay
personas que entienden que ser cristiano es darle la espalda al mundo físico y
real, algo así como prejuzgar la creación de Dios como algo malo.
La
creación de Dios ha sido rota una y otra vez por el pecado tanto individual
como colectivo. Muchas veces se ha intentado recrear lo bueno pero sin Dios.
Tenemos que aprender a amar a Dios en medio del mundo. Recordemos lo que Jesús
nos promete: “…yo estoy con ustedes todos los días hasta el final del mundo…”
El gran desafío del cristiano es “estar en el mundo sin ser del mundo…”
Amar
a Dios con todo lo que somos es unirse tan íntimamente a Él que nadie podrá
apartarnos de su amor.
“Amarás
a tu prójimo como a ti mismo…”
Al
lado de ese amor pleno a Dios, Jesús hace una especie de complemento que ya
venía anunciado en el Antiguo Testamento. Amar a Dios es tener presente al
prójimo.
No
es amar sólo la creación física de Dios. No es amar la belleza de la naturaleza
o las profundidades del mar… La novedad de Jesús es que nos invita a amar a los
seres humanos por los cuales dio la vida.
La
naturaleza física (montes, valles, ríos…) no se ha apartado de Dios pero la
creación máxima de Dios: el ser humano, sí ha repetido continuamente el
abandono del creador. No es extraño ver cómo los seres humanos han intentado
infructuosamente crear un mundo sin Dios.
Lo
grande de este texto se centra precisamente en la invitación a amar no sólo a
Dios sino a la criatura herida por el pecado. No habla Jesús de que tenemos que
amar al que cree en Dios, o al que intenta ser perfecto, ni siquiera al que ama
a Dios… Jesús abre el abanico del amor que Dios quiere: un amor generalizado a
todo prójimo a toda persona humana sin distinción de ningún tipo.
Cuando
la presencia de Dios se desvanece en el mundo debido a la presencia del pecado,
también se debilita el amor al prójimo. Ejemplos en la historia humana los
tenemos a miles. A menor presencia de Dios en una sociedad, mayores injusticias
para los seres humanos… Esto ocurre incluso a nivel personal. Cuanto más me
alejo de Dios se debilitan mis relaciones fraternas con los demás. Si dejo que
Dios no sea mi padre, los demás no serán nunca mis hermanos.
El
reino de Dios significa equilibrar estas dos partes del mismo mandamiento.
Amando a los demás estoy amando a Dios y viceversa.
El
escriba estaba cerca del reino de Dios porque entendió el mensaje, ahora lo
único que le quedaba por hacer es vivirlo.
Interrógate:
1. ¿Cuáles son las diferencias entre
amar a Dios y al prójimo?
2. ¿Por qué crees que pone Jesús en
el mismo plano ambos amores?
3. ¿Qué dificultades tienes para
poder vivir ambos amores?
4. Desde tu realidad concreta:
¿Quién es tu prójimo?
5. ¿Qué puede hacer un cristiano
para mantener esos dos amores?
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