sábado, 1 de diciembre de 2012

DOMINGO I DE ADVIENTO

"Hijos de Santa Ana"
 
MUÉSTRANOS, SEÑOR, TU MISERICORDIA Y DANOS TU SALVACIÓN.
               
Lucas 21, 25-28. 34-36. “Estén siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que esta por venir y manténgase en pie ante el Hijo del hombre”
 
Cualquier creyente sabe que una diferencia entre judíos y cristianos consiste en que los judíos esperan la venida del Mesías, viven todavía en la espera de su liberación; mientras que los cristianos creemos que ya vino, vivimos de la fe en su venida y de la esperanza de que volverá.
                La venida de Cristo partió en dos la historia humana en un antes y un después. Vivir de espaldas al Evangelio es vivir de hecho antes de su venida; vivir según sus enseñanzas es vivir después. Es decir, sabemos que estamos redimidos y que caminamos al encuentro del Señor. Es ésta una buena síntesis de nuestra fe: «Esperamos al Señor que viene... caminando a su encuentro».
 
 
                Con el Adviento comienza de nuevo la celebración de los misterios de nuestra redención. ¿Tiene el mundo necesidad de redención? ¿Necesita el mundo ser liberado? ¿Necesitamos los hombres de hoy ser liberados del algo…? Que no vivimos en un mundo santo, está claro. Que el mundo no es como podría ser y como deseamos que fuera, lo sabemos muy bien.
                Como también sabemos que somos amados por Dios, pero estamos al mismo tiempo expuestos a los vientos del mal que entorpecen o bloquean la respuesta de amor que desearíamos darle y que, por el contrario, nos confirman en nuestros egoísmos, celos y recelos, orgullos y depresiones. San Pablo nos lo describe en su conocida duplicidad de la ley: «No ejecuto lo que quiero y en cambio, hago lo que detesto» (Rom. 7, 15).
                Hay quien desentendiéndose de la pregunta, se posicionan frente al mundo como si todo fuera blanco o negro, bueno o malo, sublime o diabólico, y busca la manera de hacer su vida en la convicción de que el mundo es como es y nada lo puede cambiar. Es una concepción fatalista y pagana, que habla de un destino irrevocable, de que la suerte está echada, que no hay posibilidad de marcha atrás ni posibilidad de cambio.
                El Evangelio nos habla de la actitud inconsciente de los que no saben o no quieren ver, de los que quieren adormecerse con el estupefaciente de las drogas, el alcoholismo, el súper activismo… con todo lo que se piensa que ayuda a disfrutar del tiempo presente aunque produzca stress e infartos.
                Todos participamos de alguna manera en la convicción de que lo único que cuenta es vivir, pasar, disfrutar, hasta que un día tocamos el suelo de nuestras fronteras humanas. Alguien desaparece de nuestro lado, sufrimos una decepción… y nuestra fortaleza se agrieta y se derrumba.
        O participamos de la segunda interpretación del mundo concebido como algo donde uno puede sentirse útil, elemento activo con capacidad para remediar algo. Si el mundo es malo es porque lo hemos hecho así, pero podemos contribuir a hacerlo mejor poniéndonos en el camino de la verdad. Aunque la experiencia de impotencia para remediar los males, nos puede hundir en el pesimismo, necesitamos incluir las convicciones de la fe en Dios padre y providente, presente a nuestro lado, con deseo de salvar el mundo y, de alguna manera, necesitado de nuestra entrega como instrumentos de su poder y de su amor.
                La virtud del Adviento es la esperanza: Dios viene a nosotros en su Hijo para hacer más habitable este mundo, tal y como todos desean y por lo que muchos se afanan y trabajan. «Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación» (Lc. 21, 28). Levantar la cabeza para ver lo que acontece. No que escondamos la cabeza debajo del ala o bajo tierra como los avestruces, para no enterarnos de nada.
                        La fe en su primera venida –en pobreza y debilidad- ayuda a esperar con más ansia lo que con su segunda venida quiere consumar en nosotros. La celebración del Adviento es renovación de la fe en la primera venida y esperanza en la segunda. La vida cristiana es un caminar al encuentro del Señor o, al menos, un no volverle la espalda cuando Él viene como Buen Samaritano o sale a nuestro encuentro como Padre de Hijo Pródigo.
                Porque sin encuentro con Él no hay liberación. Porque no se puede celebrar el Adviento sin fe profunda y esperanza ardiente. Porque no puede celebrar el Adviento quien no repite de corazón: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!»
 
Reflexiona:
        ¿Siento como mio los dolores y sufrimientos de mis    hermanos y hermanas en este mundo?
        ¿Cómo podría prepararme para la celebración del       nacimiento de Jesús?
        ¿Qué signos de esperanza podríamos ofrecer en nuestra   comunidad, familia o parroquia?
 
Oremos:
 
¡Maranatha!
¡Ven, Señor, Jesús!
Yo soy la Raíz y el Hijo de David,
la Estrella radiante de la mañana.
El Espíritu y la Esposa dicen: "¡Ven, Señor!"
Quien lo oiga, diga: "¡Ven, Señor!"
Quien tenga sed, que venga; quien lo desee,
que tome el don del agua de la vida.
Sí, yo vengo pronto.
¡Amén! ¡Ven, Señor, Jesús!

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